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lunes, septiembre 16, 2024

Rancho alegre

Reportajes

Los atracos ventajosos se habían vuelto algo incontrolable en Rancho Alegre. Familias que fueron despojadas por sus cosechas de elotes, calabaza y hasta chiles, invocaron la intervención de la autoridad para marcarles un alto a esos amantes de lo ajeno, a su modo.

La autoridad convino un castigo ejemplar para los tunantes malavenidos y, después de consultas y acuerdos, se exigió la devolución íntegra de lo robado o el costo justo en moneda circulante.

Además, se estableció una pena en días de cárcel correspondiendo un número determinado para cada especie. A los ladrones de elote se les impusieron treinta días; a los de calabaza, veinte días; a los de chiles, diez días. Aclarando que no podían obtener su liberación sin antes haber cubierto el valor en especie o moneda de lo despojado.

Mientras se tratara de una sola especie, no hubo ningún problema; éste se presentaba cuando el robo involucraba más de una especie, incluidas en estas por ejemplo las guías de calabaza que, con la moda vegetariana, habían alcanzado costos más altos que incluso las calabazas mismas. Otro problema adicional se les presentó: muchas veces la gavilla incluía a más de dos abigeos de verduras, con el perdón de la licencia usada, hasta una que otra dama resultaba involucrada en los hurtos.

Hubo quejas con respecto al hurto de chepiles, chilegoles y guajes, pero el Cabildo rústico determinó que, como eran comestibles y no necesitaban ser cultivados, el trasiego ilegal de los mismos no implicaba algún tipo de sanción. Childo tuvo un pensamiento de inconformidad señalando que en ese grupo debería entrar la mariguana, monte en verdad muy útil para los reumas, la tiricia, y hasta para la caída del pelo. Yeyo le pidió calma pues avizoró que, en unos veinte años, la doña Mary iba a andar hasta en los chupetes de los coquis a modo que no sufrieran de ese insomnio que nos acosa cuando somos nenes.

Así resolvieron a buen tono los hurtos acaecidos en Rancho Alegre. Sólo causó estupefacción y angustia el día en que una abigea locochona (con equipo propio) hurto toda la siembra vecinal. La gente vio pasar carretas y más carretas de verdura sin destino cierto, e invocando al Patrono de los campiranos pidieron que aquellos elotes se apelmazaran y aquellas calabazas se pudrieran, a modo que el hurto quedara consumado en execrencia y basura. Tal cual fue, la tontuela y su gavilla nunca volvieron a pasar pues nuestro rancho que, aunque humilde, siempre fue tan alegre que le valió ese nombre para identificarlo en la comarca donde los ciegos pueden ver y los sordos pueden oír.

Fernando Amaya

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