No es por todas las historias de amor escritas sobre su arena, o por los escarceos de los enamorados que alcanzaron la luna en su resaca. Pensemos también en las jornadas extenuantes que los Pelones vivieron operando un chinchorro playero, en aquel Rincón tan mencionado por los porteños en sus pesquisas y odiseas, en altas horas de la noche, el copo de la red copado de peces zapatero, con su apariencia de inobjetable objeto de arte.
O la remembranza de los tiempos del auge del café cuando desde la esquina referida se podían observar, al mismo tiempo, las estibas de café, los lanchones cargados con este producto, y los barcos de gran calado esperando ser abastecidos en la bocana de la bahía. Pero no es por todo eso que que la mención del Rincón Sabroso nos sea necesaria e inobjetable. Falta, y faltaría siempre, decir que es el lugar de descanso del Pulpo. Este incansable kraken de los ripios lleva más de sesenta años horadando las piedras con una barreta cónica, tan añeja y tan dura como él.
En mis años mozos lo veía pasar frente a mi casa cargando su red surtida de ostiones, lapas y pulpos, que había capturado en los riscos del faro, en donde se clavaba a un resuello en una profundidad de más de veinte metros para lograr su propósito. Muchas fueron las veces que la captura de Pulpo honró nuestra mesa, a cambio de una horchata o de algunas tortillas que mi madre cocía en su comal de arcilla roja, con mano fresca y deliciosa.
Medio siglo ha pasado desde los hechos que les narro, y aún vemos a Pulpo arribar con su aparejo de buceo a las dunas de Rincón Sabroso. Antes de retirarse de ahí, se tiende boca abajo y boca arriba, estira los músculos, y da la impresión de que se tratara de un ser vivo diferente al humano. Por decir que rijoso, elástico y perenne, al que la tolva volcada de los años no le ha causado averías ni desperfectos. Se trata pues de un kraken abisal, que se permitió un tiempo de gloria para estar entre nosotros.
Sabrán entonces por qué el mérito de Rincón Sabroso no redunda en hechos de porfía, sino en una razón valiosa, sucinta e inobjetable, constituir el entorno de un personaje único, valioso e insustituible, el Pulpo abisal, el kraken pelágico.
Fernando Amaya