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lunes, diciembre 23, 2024

Siete oficios

Reportajes

César Rito Salinas
Más agua caliente, Olai, dice la vieja matrona Anna
Venga no te quedes ahí parado en la puerta
de la cocina
John Fosse, Mañana y tarde
Ella puede llamarse Gillette, hará un corte limpio, sin que nadie lo note; en los trabajos que pude hacer escribía la inicial de mi nombre, la letra E, que dejo con una línea fina, casi un rasguño.

  • La gente menuda vengará las ofensas –dijo El Enano.
    La idea de la medialuna le llegó con las corbatas que le hacían usar los profesores en la escuela primaria, el lunes de homenaje a la bandera. A la mitad del foro, frente al patio Benito Juárez, su prima Margarita declamó con el micrófono, era septiembre, a inicio de cursos, la imagen está en una foto en blanco y negro. ¿Cómo fue posible que Margarita aceptara declamar? Traía la corbata rota, alumnos y maestros se rieron de ella. En ese tiempo sólo podías trabajar de músico, sastre o peluquero; fue antes que llegara el sindicato.
  • La justicia no se mete con los niños, hacerlo sería pegarse en la pierna –dijo El Enano.
    Las cosas se encuentran bajo la regadera, sin buscarlas; se enteré de este trabajo un día que bajó del barco.

Con el tiempo aprendes que escuchar la música de los mayores resulta efectivo para despejar las dudas; escucho mambo, intento sacar ritmo de las piedras. En la adolescencia aprendí que los tripulantes de los barcos pesqueros avituallan en grande, para veinticinco días en el mar. En el barco disponen de un enorme enfriador con el forro de su interior blanco como ataúd. Los pescadores, marineros curtidos de sol, saben de la putrefacción de la carne. Pasan veinticinco noches en el barco, en el agua. Conocen los trabajos del aire sobre la carne; veinticinco días, veinticinco noches. Los pesqueros trabajan con el sol sobre la cabeza, como condenados cuentan con suficiente tiempo para recordar ofensas –bajo el sol mastican su bagazo del recuerdo hasta dejar una pasta limpia que juegan con la lengua.

Pienso en la navajita, cortada a la mitad, lo maleable de la hojalata, doblada bajo mi dedo medio como un anillo de piedra sin la piedra. Salivo junto a la ventana mientras observo el mar extendido, liso como mantel de cumpleaños.

El hombre y la mujer prevalecen en su condición de artesanos, aunque, bien visto, resulta inútil meter las manos para posponer la hora del dolor.

  • Conozco cada puerto del Pacífico mexicano –dijo El Enano.
    En las horas de la tarde, junto a la ventana, escuchó la música del pasado, aquella que escucharon padres; Pérez Parado es un buen pugilista contra el desamor, dijo, del arrepentimiento en la hora del desamparo: tira buenos golpes, golpes cortos; derecho, cruzado. Pum. Se defiende. La contundencia en el puño izquierdo. Pun-pun, se menea en el aire. Mayor fuerza con el derecho. Pan-pan. Velocidad de serpiente. Los pies como alas en el aire. Canta. Pérez Prado dice, qué le pasa a Lupita, no sé, qué es lo que quiere, no sé.
    Por Lomas de Galindo, La colonia Guadalupe, San Pablo, el sol pelea contra las piedras. Se logra mirar la rama de los arbustos agitada por las fuertes rachas de viento.
  • Para que el encargo se cumpla sólo requieres del trabajo de la luz sobre tus manos -dijo la pequeña.

Tras la ventana todos somos especialistas en migraciones, Añorantes. El olor mineral de la punta del lápiz será medicina para la tos, como en un tiempo lo fue el mango verde hervido en la casa de abuela.

  • Tarde del domingo, recuerdo los lápices afilados, mantengo cerca la medialuna, dejo la puerta abierta para que corra el aire y refresque la sombra -dijo la pequeña.

Llega la música de Pérez Prado, Cara de Foca.
Hay un elemento en el agua, un desdoblamiento de los actos que ocurren en el líquido.

  • De niño mis padres me llevaron al mar, desde la ventana del restaurante miraba las aguas que esplenden, como campos sembrados de espejos -dijo El Enano.
    En su cabeza hervía una pregunta, ¿por qué el extenso mar parece una tierra larga que aguarda a sus labradores?
  • En la pista mis padres bailaron mambo.

Sólo tengo una lagartija en la cabeza que, algunas veces, canta y me desespera. En el puerto las cosas cambian, los muertos amanecen en las aceras y parques, a nadie le interesa descubrir al autor del crimen.

  • Silbo para espantar el mal fario, la rutina; silbo para no aburrirme -dijo El Enano.
    . ¿Tú crees que yo sea buena para esto? –preguntó La Pequeña.
  • Deja salir las esquinas afiladas de la medialuna, lanza la mano extendida. Para los demás, sin duda, la medialuna resulta inofensiva –dijo El Enano.

Una hormiga atravesó la ventana, levantó el polvo de los recuerdos; lejos del panorama del mar sin arrugas, tendido.

  • Tengo una lagartija en la cabeza que, cuando sopla el viento me atormenta con su sed -dijo La Pequeña.
    En el barco, a la hora de la marejada, el delgado grumete resultó ser el tripulante valeroso que hizo frente al mar picado.
  • Abre los brazos, remarca el gesto como si estuvieras frente al micrófono, dando una recitación –dijo El Enano.
    En el puerto pavimentaron la calle Progreso, crecieron las despedidas en el muelle pesquero. El sindicato se hizo dueño del reloj que asomaba en lo alto del palacio municipal –el edificio verde, a una cuadra de la calle de las putas.
  • Soy demasiado delgada –dijo La Pequeña.
  • Sólo sal a la calle a decir tu poesía -dijo El Enano.
    En la calle de la escuela, frente al portón la pequeña pega el salto, estira el brazo, en el aire deja caer la cabeza hacia su lado izquierdo, busca el punto de fuerza -velocidad- entre sus hombros y el pecho, el rabillo del ojo -equilibrio.
    La operación del sindicato se volvió asunto cotidiano.
  • A todo se acostumbra la gente, menos a no comer -dijo El Enano.

En el puerto se recuerda la tarde del domingo en que los hombres del sindicato llegaron al restaurante frente al mar, acabaron con todos.

  • Pongamos las cosas en claro, solamente tengo lagartijas tornasoladas en la cabeza o un rabo de lagartija o una lagartija que boquea al mediodía, que muere y renace -dijo La Pequeña.
  • Anda, tú puedes sostener la luz entre las yemas de tus dedos –dijo El Enano.
    En el azul del cielo, al atardecer, se escucha el canto de los zanates, esa imagen no cambia.
  • ¿Recuerdas el caso del empresario muerto frente a la escuela primaria?
    El hombre estaba muerto, no cabía duda, en la calle permanecía el cuerpo tirado, bien muerto. Me acerqué para verlo mejor. Párpados abiertos, labios resecos, inmóvil. Pensé que era un sueño, en la hora en que los alumnos salían de la escuela me encontraba sola en la calle. Escuché claramente el carro de las naranjas, naranjas frescas, naranjas dulces, naranjas de jugo. Escuché voces, la sombra de la gente tapó el sol, por un instante: Me retiré entre los curiosos que ya se congregaban junto al charco de sangre.
    En el periódico mural de la escuela primaria Winnie Pooh vela el sueño de Los Niños Héroes.
  • Quiero saber de los policías –dijo La Pequeña.
  • La navajita anida entre los dedos, su calor genera confianza. Lo más parecido al amarre de los barcos en los muelles, lo recuerdo, cuando volvíamos de pesca antes de las fiestas de mayo -dijo El Enano.
    El nado del cardumen a media agua semeja la imagen del hombre detenido en la esquina, inmóvil en espera del cambio de luz del semáforo en luz preventiva.
    La tarde quieta consciente al zancudo, infeliz representante del pantano. Zumba. Canta, Catrín (ella puede llamarse Gillette). Si cantas y bailas puedes mirar el paisaje desde la ventana. Canta.
  • La policía no va contra los niños –dijo el hombre que conversó con El Enano.
    Toma la medialuna, eleva la luz como una hostia -dijo El Enano.
    El barco hunde en las aguas su proa mientras avanza, las olas chocan contra el casco. El mar, con la última luz, murmura el rezo de las viejas que encaminan al muerto en el velorio. En cubierta los hombres se afanan sobre redes y aparejos, arpones que brillan con la última luz de tarde bermeja
  • Ella puede llamarse Gillette –dijo El Enano.
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