César Rito Salinas
Uno
A veces pienso que escribir es fácil, que se requiere escaso talento, mínima inteligencia para colocar una palabra tras otra palabra -cualquiera puede lograrlo-, lo difícil será dejar de ser tú y asumir la voz de alguien que no existe, que no conoces y que nada sabes de él y que en ese momento surge sobre la yema de tus dedos para colocar sus palabras sobre la hoja en blanco -la pantalla-, y en ese momento es cuando el mundo, la tarde, la mañana, la madrugada, se nublan y empiezas a parir chayotes.
Con los maestros del oficio aprendes que el camino de la vagancia resulta el modelo más indicado para acerarse a la escritura.
Los maestros, en la escuela primaria, nos enseñan las armas del lenguaje escrito, las sílabas, las palabras, las oraciones, el uso correcto de los signos de puntuación.
Y de ahí en adelante todo será repetir como perico: idea por párrafo, mantener sencillo lo sencillo, alejarse de los libros y construir el texto desde la tradición oral.
El nombre del juego se llama hacer pasar por sencillo lo difícil, escribir de forma clara.
Ser vago te educa el oído -te enseña esa cosa intransferible, el deseo de contar lo visto-. En los 90 se requería de maestría y doctora en escuelas del extranjero para acercarse a las letras; por estos tiempos, también.
Solo los hijos de los narcos o de los embajadores pueden pagar el coste de esos estudios.
El cuento es largo, ya lo contó Julio Cortázar, la burguesía tiene el reino de las letras. En realidad, lo que se requiere para escribir es esa condición que nace en todos, ser otro.
Una noche de corrección de estilo, allá en la colonia Doctores, CDMX, Carlos López me dijo esto: pide suerte.
Si, creo eso: el ser otro y que ese otro cargue con la suerte que dejan caer los astros a cuenta gotas sobre la tierra.
Hemingway tenía un decálogo, en uno de sus puntos señala que para ser escritor se requiere de un perfilado sentido del olfato, para percibir desde lejos el olor de la mierda. Hemingway escribía parado, resacoso y desvelado dejaba caer sobre la hoja 500 palabras por jornada. Antes de retirarse a descansar, veía en el atril que estuviera amarrada la idea de para iniciar la el trabajo del día siguiente -para que no llegara a la hoja en blanco con la pila seca.
Desde la infancia hablo solo.
Por estos días estoy con Catalina -la pequeña gata que me acompaña en la habitación donde trabajo.
Piglia decía que para él era necesario leer en voz alta, cantar el texto.
Y en esa lectura en voz alta distinguía las fallas, solecismos, aliteraciones, repetición o la no conclusión de las ideas.
Y los signos de puntuación.
Y corregía.
Cuando encuentras el tono del relato todo fluye.
Para mí que el tono es la voz de ese otro ser que te puebla, el que llega a contar su historia.
El tono hace el relato.
¿Y quién hace el tono?
El otro, el que habla cuando tú escribes.
Cuando en la escuela o en los talleres de creación literaria te hablan del tono, se atoran para explicar ese punto -Aristóteles decía que en cada persona mora una federación de espíritus. Ellos, los espíritus, forman el tono.
O tal vez sea una construcción colectiva, que el conjunto de espíritus que moran en ti lsean los que elijan el tono.
Solo afloja el cuerpo, no pienses, la escritura surge del hecho de la repetición -lo que llamamos “pensar” solo son prejuicios, palabras impuestas por el lenguaje en uso.
Sal de ahí, escribir es un hecho contra el tiempo presente -el que escribe busca el lector del futuro, el que aún no nace o que tiene tan solo tres meces de vida.
Lo difícil será convertir esa escritura en tu respiración.
Nadie puede vivir sin el aire, la escritura hace las veces de la pastilla diaria para combatir la enfermedad crónica degenerativa que te aqueja.
Dos
Que escribir sea tu único interés en esta vida; eso lo logran muchos, la inmensa mayoría de los escritores.
Y en su inmensa mayoría se olvidan de un detalle, pedir al silencio buena suerte para esa letra que nace tierna, que madura mientras te conviertes en su primer lector; que se fortalece con la irada de amigos y enemigos y de la gente insensible, miserable, ruin.
La escritura, viene de lo más hondo de tun ser, te protege de la envidia.
Porque se convierte en agua clara de arroyo que fluye y no cesa.
Que nunca se detiene.
Y por ahí la buena letra pone la comida sobre tu mesa, logra que los amigos te recuerden, que se preocupen por tu salud y por la salud de los tuyos.
Porque entiendo que esto de escribir trata de liberar energías.
Cuando alguien lee tu trabajo lo tocas con ese ser que te permite el tono del relato. Y ese ser está contigo, acompañado del alma de tu lector, lectora. Y esas dos almas se agregas a la federación de espíritus que te habitan. Y están contigo.
Los espíritus protegen al cuerpo que habitan, traen la buena suerte.
En la vida he conocido a gente que renunció a los dones que le fueron confiados. Salieron a la universidad y creyeron el cuento que les contaron.
Llegaron a publicar libros y esos libros les parecían inferiores a su conocimiento. Escribir no requiere de conocimientos, solo pide que las letras arrojen luz sobre el alma humana. Los espíritus que te habitan -algunos verdaderos demonios- demandan que tus letras sean palabras bálsamo, aquellas donde pueda apagar su sed el necesitado.
Esa parte de la escritura y la magia, las letras y la cábala, la combinación de letras que dio origen al hombre está olvidada. Porque ese es el origen.
Y está sepultada en teorías de creación literaria.
Pero existe, puedo afirmar que escribir te salva de la muerte.
Alarga el tiempo de tu partida.
Los maestros del relato exigen que tengas algo que decir para que tu escritura avance; no lo creo.
El hecho de escribir no implica volúmenes, cantidades, implica una elección. Tuya y de la federación de almas que te pueblan -que te elijan para que seas tú el que escriba la historia que ellos desean contar. Las tradiciones literarias nacieron con la magia, esa suerte de oficio antiguo de la madrugada.
DOS
Podemos llegar a manejar muchas teorías, pero siempre seremos el límite de la playa, serás tan grande como grande sea tu maestro. Y no pasarás de ahí, toda tu vida tendrás el carácter influenciable de un estudiante
Y nada más.
Y la vigencia de los maestros está marcada por el tiempo de la academia y su espacio escalafonario.
Porque en las universidades a los maestros les llega el día de su jubilación.
La academia es el espacio del empleo, del ingreso seguro.
Y nada más.
Porque escribir lo que se llama escribir, no conozco a ningún académico que sea buen escritor.
Algunos maestros acudieron a estudiar medicina, ingenierías.
Y terminaron de poetas, narradores.
Vicente Leñero era arquitecto, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Salvador Elizondo, abogados.
Ricardo Piglia, historiador.
Paz lo dice en El arco y la lira, la poesía está en el orden de la clarividencia, implica palabra y acción.
Se es escritor mientras se escribe -mientras te habita el otro espíritu.
Piglia, en su enfermedad, llegó a escribir con los ojos.
Con los ojos terminó Los diarios de Emilio Renzi y los cuentos del investigador Croce.
Tres
Pero no crean en mis palabras. Solo crean en lo que testifica su experiencia, intenten sentarse a escribir una historia -podrán enterarse del pensó de las palabras, de lo que tanto cuesta cargar el ánimo hasta el final de la cuartilla.
Y entonces creerán.