César Rito Salinas
María Sabina supo lo que cantaba, “conozco al juez”, dijo una noche.
Soy la puerta del burdel que se abre y cierra con una clave.
Soy el viento que tiene la clave
Soy la boca que repite la clave frente a la puerta cerrada.
Soy la puerta oscura del burdel.
La mano se acerca al gua para anticipar el futuro.
Sobre el agua se hicieron los días.
Soy personal subalterno de la marina mercante, la Capitanía de Puerto me extendió un documento que acredita mi capacidad para desempeñar un cargo a bordo de la embarcación; antes de zarpar, por disposición presidencial, tuve que leer cláusulas y artículos de la Ley de Navegación y Comercio Marítimos. Mi nave cuenta con pasavante y despacho donde se detalla la carga y medidas de la bodega, eslora.
Casa del viento, casa del Niño Santo, casa de la corte celestial. Para comer, para cantar, para sanar, para que la lluvia caiga, para que se vaya el calor, para que el perro muerda la nalga de los casados. Niños Santos. Usted está parado aquí, pero usted no cuenta, nadie lo mira (posee un cuerpo mínimo). Las hojas abonan la tierra y pasa algo, dan respuesta a la pregunta del hermano mayor, surge la hierba. La tierra es cultivada por ella misma (ante este hecho el policía levanta el tolete y asesta el primer golpe sobre la cabeza sin bañar del hombre atado al árbol). Cuerpo cansado, cuerpo de los sin mujer, cuerpo de los sin hombre, cuerpo de todos los hombres, cuerpo de Juárez, cuerpo de Porfirio Díaz, cuerpo de mi padre, mi hermano.
Así nació la historia, de un hecho fortuito, fallido.
Patio de la esperanza, patio de la justicia, patio de la cabeza tibia, patio de los cigarros, patio-palacio de mi casa. Patio con cerveza tibia que bebo junto a las flores, lo fortuito devino en Estado, en gobierno de lo abyecto. En la noche oscura pido lumbre para la vela, lumbre para el camino de tu alma (luz y progreso espiritual; progreso y luz para tu alma hermanito), lumbre para el Padre, lumbre para el Hijo, lumbre para que salga de tu cuerpo el mal que te lastima, que se vaya a meter en el hocico del perro. Mientras tanto habrá que esperar que surja la medicina, que trabaje el canto sobre tu cuerpo. Mientras escucha la voz del aire que corre libre en la montaña, escucha los pasos de la luna sobre la tierra mojada, negra de aguas. Mientras habrá que quemar una vela de cebo y escuchar a la Señora de los Cantos, María Sabina, mientras trabaja tu cuerpo en su sanación.
La música, con saltos en el aire, llama a las cosas perdidas.
La medicina será el Señor San Pedro, tabaco con sal.
La llave despierta, inesperadamente, desata la furia de cobre porque entiende que otra ocupa su lugar en el llavero. La música llama al Dios de la Guerra que juega en la calle con los perros; despierta a los muertos que prestan oído al viento que se unta en los caminos; a los ofendidos que mantienen bajo la lengua una diminuta piedra para no morir de sed, para no matar por agua; a los marginados que llevan en el pecho todas las canciones.