César Rito Salinas
En agosto la profesora Mariana llamó a casa para felicitarme por mi cumpleaños; en septiembre, antes del frío, la acompañé a la comunidad donde impartía clases, en la Mixteca. El sitio se llama o se llamaba Piedra de Letra, localidad que era conocida por las poblaciones vecinas por el sobrenombre de “pueblo de brujas” (desconozco el mixteco, pero alcanzo a comprender que, en lo alto, fueron tierras de un destacamento vigía). A principios de junio de ese año, meses antes del viaje, me encontré hundido en la depresión. Un amigo muy querido, temeroso de que yo recayera en la bebida, me recomendó leer a Henestrosa.
En Los hombres que dispersó la danza (1929) Andrés Henestrosa hace una interpretación del vocablo zapoteca Binnigulaza, “gente de las nubes”. Henestrosa cambia “nubes” por “danza”. A partir de la forma literaria elabora una sofisticada reinterpretación del origen de un pueblo. Wlfrido C. Cruz, el investigador istmeño, cuando habla del origen de la lengua zapoteca menciona que nació en los Valles Centrales; alude a las siete ramas, siete astillas de un mismo tronco, siete ramas del aire que se extendieron por los montes.
Desde los años de estudiante busco en la lectura una forma de la adivinación o de la magia; no alcanzo a separar esos territorios que parten con la comprensión de los signos.
El libro de Henestrosa, con sus historias maravillosas, me hizo recordar la versión popular del soldado austriaco que perdió su fisil cuando fue sorprendido en la batalla; vestía uniforme rojo y azul, del ejército francés. Una tarde de frío conté la historia a Mariana. En la huida no logró distinguir entre vereda y piedras, cuestas; corrió, arrastrado por el viento. Se ocultó en el lecho de un arroyo; no se sabe si días, noches. Pudo ver el humo que salía de una choza, se acercó con las tripas pegadas al espinazo, el alma en los labios; una joven zapoteca le dio amparo, en el patio de aquella vivienda los hombres bebían mezcal, celebraban la victoria. El soldado austriaco fue derrotado a las 11:45 del 18 de octubre de 1866, en La Carbonera, San Andrés Miahuatlán, Oaxaca.
Al regreso del viaje puedo ubicar a la amistad como origen de la tradición literaria -en todos los pueblos, las naciones, sobreviven amigos, enemigos. Esos meses anticiparon el año de la pandemia. En el “pueblo de brujas” encontré lo que tenía pendiente de hacer, la lectura; agradezco a la profesora Mariana, su invitación.