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jueves, septiembre 19, 2024

Tardes en el patio de la desintoxicación

Reportajes

César Rito Salinas

I

– Escribe, no pasa nada. 

Y está la niebla parada en el corredor, junto a los crisantemos. En el patio de los tendederos; de una loma a otra loma, la niebla; y en medio el pueblo, arriba de la cañada. Con su calle sola. Para septiembre llegaron las aguas atrasadas, siempre hay aguas flojas; a inicios de octubre se dejó caer el agua con viento frío, que trajo enfermedad.

En la tarde salgo con libreta en mano para coger un poquito de sol, atravieso el patio, los tendederos cargados de ropa. Me recargo en el pilar y me pongo a escribir; nomás escribo, por pura sonsera.

Ella atraviesa el patio, cambia la ropa de posición en el tendedero, pone de cabeza la ropa o las endereza. Con los brazos extendidos busca un poquito de sol para que se alcancen a secar pantalones y camisas, blusas; gira la ropa, para que no agarre olor. Porque sería empezar otra vez, lavar la ropa que agarró olor.

La ropa no alcanza a secarse, hace falta aire y sol, sobra lluvia y niebla; frío. El trabajo no termina nunca, es tanta la lluvia que hay gente que pone su tendedero adentro, en la cocina; pero la ropa agarra olor a humo y cuando se usa parece sucia. Tiznada.

La ropa mojada se apesta. A ella la veo pasar y volver, entre los cachitos del sol que rebotan sobre el patio -que sacan destellos a las piedras y los muros, al musgo, las hojas de los árboles-Mira el aire, como esos señores que persiguen mariposas con una pequeña red al hombro; nomás que ella no lleva red atrapa mariposas sino el montón de ropa mojada sobre el hombro. Se detiene frente al mecate con las pinzas de la ropa entre sus manos; rojas, azules y verdes las pinzas que abren la boca como el caimán recostado en el playón, a la espera de alimento. Las pinzas llevan un aro dorado en medio, muerden como talajes. Mi madre hacía lo mismo, la ropa al hombro; pegada al tendedero, con lo ojos puestos en el aire. Como intento por adivinar el aguacero; apurada para alcanzar un poco de sol. Ella dice que la ropa mojada es muy celosa; requiere de tantos cuidados. Puedo ver desde mi puesto en el corredor que ella se lastima los dedos de tanto guerrear con el mecate duro de sol y de jabón, cuando busca la carita del sol que se cuela entre las nubes. Que pasan muy por lo bajo como si con sus manitas jugaran con la punta de las ramas de los árboles del bosque.

II

Margarito me pregunta: ¿para qué escribir? ¿Para qué carajos leer? Todo está echado a la mierda. Los niños y los jóvenes; los viejos ni se diga. Todo a la mierda. La religión, el gobierno, el ejército, Dios. Todos en un mismo trasto, en un mismo caldo. En la colonia Margarita Maza, en San Martín, tenemos al demente que agarra su pluma y escribe. Escribe por vicio, para tentar a la suerte; sabe que sus letras no pararán la lluvia, no detendrán el paso del sol. Escribe porque se sabe un inútil, bueno para nada. Imagino que ha de tener la misma sensación el maestro que, por las tardes, le roba minutos al descanso para preparar la clase del día siguiente con la certeza de que ninguno de los alumnos creerá en sus palabras.

Este profesor pensará: ¿Para qué preparo las clases? ¿Para qué me esfuerzo? Los que tenemos algo que ver con la escritura o la enseñanza en este país estamos perdidos -no quiero poner a los médicos que nos tratan en este centro de rehabilitación, saben que terminado el periodo de aislamiento los perros recluidos volverán a las andadas.

Acecharán las calles, protagonizarán las páginas de nota roja en sitios grises. Soy del Sur, vengo a buscar recuperación en el Norte. Tras la imagen llegan las palabras, o el silencio que forma la imagen se rompe con palabras mientras corre tras la imagen, como en el mar de hielo.

El grupo de ballenas se deja ver desde la playa. En el patio de la casa de recuperación, en tierra firme, el grupo de alcohólicos y drogadictos las miran nadar libres.

Uno de ellos comenta:  

– ¿Qué dirán las ballenas? Miren, ahí están los cocodrilos viéndonos nadar.

Por eso te digo, algún día te tocará la suerte de escribir algo que tenga un poco de sentido, que sea entendido por tus vecinos en el aislamiento.

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