César Rito Salinas
Antes de hablar se escucharon los disparos del obturador, las cámaras. Ella aparece como un león, una lagartija, Un cocodrilo entre la oscuridad. Se escucharon las palabras.
– De niña yo pensaba que todos los escritores estaban muertos -dijo.
Surge, llega, está. Se hace memorable por estar. Enorme saurio detenido en vertical. Sus largos cabellos que resbalan por la espalda. Ella era un lagarto inmóvil, fugaz, elevada. La sombra era su sitio. las hojas muertas el aire de la tarde que inclina el cocotero.
– Si hay una obra, no creo por qué deba estar un sujeto -dijo.
Días de lluvia sobre el sonido del motor -a veces recuerdo la mañana en la cama, la almohada-. Entre la lluvia el estruendo del motor, el camino inmóvil.
– Se presentan como efectos de sus obras -dijo.
La angustia en el pueblo pasa levantando su falda con la punta de los dedos La lluvia sorprende a todos. En lo más intenso de la transpiración. ¿Qué secreto esconden lo zanates tras su canto desesperado cada tarde? En el Café del pueblo -diez moscas, cuatro tipos oscuros, dos mujeres del servicio con la axila transpirada-, el televisor permanece encendido las veinticuatro horas del día.
Rueda el plátano con crema, tostones que ruedas como las aspas del ventilador que agita el aire desde la infancia.
– Hay un placer al pasar la mano -dijo ella.
En el café vuelan las moscas a la altura de los ojos, frente a ellos. Tienen una condición atlética obstinada. Las moscas, alas verdes, la cabeza desproporcionada, las patas peludas se que pueden masticar como ciertas literaturas.
– A los trece tuve conciencia de las letras -dije.
Alguna rebeldía nos deja los muertos. El niño con la pelota desinflada, que la hace rebotar en su pecho, resortera derrotada en una tarde de zanates.
-¿De eso escribes? Dijo ella.
De los muertos habrá que sacar algo bueno.
Algo como un camino o un árbol que ofrezca sombra para todos. Vereda dichosa, nuevos cantos traerá este Caminito al Cielo -la cantina-, que tanto duele.
– Cuando uno es niño el cine te enseña a leer, por las traducciones -dijo ella.
¿Qué hacer con los indignos?
Están muertos, pero no lo saben. Habitan en los Nueve Días del inframundo zapoteca. Muertos vivientes, andan apestando la tierra sin voluntad.
Tienen casa, mujer, familia, pero no tienen voluntad. Su corazón late en el sendero del muerto fresco, muerto tierno.
Sin Dios y sin pueblo.
– ¿Estos son los vasos? -dijo ella.