César Rito Salinas
El miedo es una estrella que te lleva y te llama. Canta, eres hombre de la tierra, no de los cielos. El miedo es para los dioses, que tienen todo el tiempo para curarse. Los dioses tienen tiempo para jugar, hacer maldad, para salir al campo y detenerse a mirar las estrellas. Para bailar con el aguacero. Para esperar en el camino. Canta, el canto hace tu tiempo en la noche.
No salgas en la madrugada, dijo mi madre. Vendrá el Diablo y se meterá en tus ojos. La gente busca amparo. Lo inhumano existe en los corredores de la agencia municipal, entre políticos y roedores.
Te escribí poemas de adicción. Eres el conecte de la tarde, el delirio de la hoja seca. Yo soy todo caníbal. No dejo espacio para la sal y el limón, todo lo inhalo. Nena, estoy fumando la pipa y pienso, “ella es lo mejor que tengo”.
Sólo dejo que las cosas paseen, sin tiempo ni programa. Para cantar hay que quedarse quieto, dejar que pase el viento.
Señor San Pedro, mueve el humo para que se espante el silencio. Que aúlle el coyote. Que cante la lechuza. Canto esta noche para curar tu cuerpo.
Deja que el agua venga, permite que el agua corra, que cante.
La ciudad es tuya, te nombra en su tránsito del mediodía, en el aguacero, en las hojas humedecidas.
¿Será bueno esto de agarrarme al aguacero para retenerte?
Quisiera saberlo. Un día de la semana. Miércoles, como lunes en el principio de semana con aguacero y distancias que habrá que recorrer de regreso.
Estoy de vuelta. La gente del mar siempre está de vuelta. En el corazón, en el extravío de los días, nunca sé cuándo es jueves, los dijo el poeta, ese día trae los afectos, la muerte.
La cresta de la ola trae un viento que cruza y levanta flecos y faldas, la arena. En la mujer la mano izquierda es la que gobierna, la que manda a los hombres a la guerra.
El mar azul, todo metido en el corazón. (Si habrá de ser cierto, todo cabe si se sabe acomodar.)