César Rito Salinas
En la cantina
Con tres mezcales el mundo se aclara, dijo la voz tras la barra. La oscuridad crecía frente al espejo, dentro del ojo. El hombre guardó silencio, miró sus manos; repitió las palabras: “tres mezcales”. Como esa unión con un dios distante abrazó la mudez; creció el silencio, la voz derramó mezcal sobre copas. La cantina estaba sola, moscas y parroquianos habían perdido el interés por el espacio de luz oblicua; con la paciencia que le permitía el infierno que trepaba por sus tripas, suspiró (nadie sabrá más del peso de la pena que aquel que la carga), repitió: “tres mezcales”.
En la costa
“Ya está borracho el borracho”, fue lo último que escuché decir aquella noche; habrá que descifrar el sueño, que permite el cambio que se realiza como en un acto de magia. Desde el parpadeo. Enfrente puede estar el mar azul, las gaviotas que surcan el cielo, los manglares que crecen entre la tierra caliente y el agua amarga. El triste sol. En la noche de las copas una mujer guía los pasos del que se embriaga; el sueño, la reparación, viene con la sonrisa de la mujer; la voz tendrá que decir las palabras adecuadas que levanten el nuevo día.
Tres, cuatro piedras
Zavala me dijo: Quitas el artificio literario y se derrumba todo, no hay información. Era una cantina de San Antonio de la Cal, junto a un arroyo de aguas negras; hacía un sol perro, del demonio. Llegamos por unas cervezas frías. La lectura es una representación escénica, dijo, un hecho performático que al inicio se da en el espacio de la familia. En la infancia leía bajo la ventana que mira al patio de la casa de mis padres, en Tehuantepec; era el hermano menor, hijo último. Esperaba que su madre volteara a verlo, para poner la cara de hambre.