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jueves, septiembre 19, 2024

Un cuento de hadas

Reportajes

César Rito Salinas

La foto cumple con mostrar a la muerte en una botica, frente a un mostrador de madera, frente a una balanza, el ambiente laborioso del Catrín.

Alguna vez en 1986 escuché por vez primera ese término, Catrín, para nombrar a la muerte.

Las palabras ruedan desde hechos colectivos, todavía circulan entre nosotros palabras que se originario en la Revolución, desde ese tiempo del 1910 vienen rueda que rueda, cambian de género y de representación.

Posadas hizo la Catrina (1873), que llevó a nuestros pueblos como el Catrín, el despachador de productos medicinales, remedios, en la botica. La botica era el sitio más frecuentado de los pueblos, más que el palacio municipal o la iglesia. Y ahí, tras los cristales de la botica, se encontraban las personas y se conocía, había transmisión de la información entre fuereños y locales.
Contaré mi historia.

El mostrador de la botica da el espacio para mostrar lo imposible, los trabajos anteriores a estirar la pata. La forma de la romana crece, la balanza rige al centro la escena (imagino que el obstinado obrero mide, resta, suma menjurjes para llevarse al moribundo o dejarlo un tiempo más sobre el valle de lágrimas), pero Mariana lo observa, no la mira balanza frente a ella porque en el sueño no existen pesos, contrapesos, las justas medidas.

En los cabellos alborotados de Mariana está la libertad del contrapunto, el foco está la cabeza pelona del Catrín y la frondosa cabellera de Mariana.

Se aprecia una síntesis (los sueños se basan en la elaboración de la síntesis). Hay metáfora, en la botica se discute entre frascos con los remedios sobre la vida y la muerte, rige el signo de la balanza. Pero en la poesía mo hay justicia, está en el tono del motivado verde, que prevalece -el verde es vida, esperanza.

Cada Habría que dar una vuelta de tuerca a la narración. En los cuentos de hadas no hay quien pregunté por qué -a razón de qué- un par de ratones se convierten en hermosos caballos, no por qué una calabaza deviene en maravilloso carruaje, centro su razón verosímil en algo nuestro, compartido, el uso horario. Las cosas desaparecen a las 12 rn punto. ¿A quién no aflige lo astriñido de los horarios? Y ahí, con ese dato, logra en cuento de hadas entrar a nuestra credulidad.

Hay un camino que sigue
sin término.
Hay una montaña,
un cielo
que desciende y nos contiene.

El crucero de Tlacolula
nombra,
atrapa
repleto de señales.

Cos dos o tres certezas me recibe el camino.
Si ando hacia abajo llego al mercado,
si permanezco en el crucero
siento el peso del cielo próximo.

En este valle de Tlacolula
puedo avanzar, puedo
quedarme,
permanecer.

¿Qué soy?
Peso gravitatorio,
polvo de pueblos,
estancia.

Tlacolula me recuerda el relato,
inicio de cantares,
origen oculto.

Misterio.

Hay sitios que cargan con el asombro
del lenguaje.

Hay sombreros que nombran.
Palabras, significados.
del sitio
donde
se hunden
los
silencios.

En el crucero de Tlacolula
alcanzo caminos,
soy camino,

Polvo de raíces,
piedra en la boca
que oculta
y al ocultar
nombra.

En este sitio
el peso
de los pies
se hace
conciencia.

Soy sin tiempo,
pura andadura,
ojos, boca
bajo
el sombrero.

¿Algo hay tan próximo
a las manos?
Las letras.

Una idea, un sueño,
un viaje.

Racimo de palabras
que despiden
a quien se marcha.

Quién lo diría,
el poema
que intenta
nombrar
guarda
la imagen
del
puro
intento.

A veces me pregunto cuál es la imagen
del crucero de Tlacolula.
Ninguna, el secreto
nunca será develado.

Caminamos sin camino,
somos noche
que busca
el alba
antes
de
desaparecer.

Solo estancia,
nuevo
contrasentido,
lengua que olvida.

Poema que genera poemas,
insistencia del decir.

De lo que no puedo hablar
escribo
porque
nada de lo que escribo
alcanza
satisfacción.

En el crucero de Tlacolula
escucho palabras
que nombran
el destino.
¿Qué final tiene la ruta?
No voy ni vuelvo,
desciendo.

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