César Rito Salinas
En países como los de América Latina, donde la creación literaria es tan dura, nadie se puede dar el lujo de negar el pasado.
En la novela Diez de Carne hay un planteamiento inicial: que se logre una especie de totalidad necesaria para mí en la novela.
Ya Kundera precisa la expresión “totalidad” en la novela:
“Al cabo de un rato Avenarius rompió el silencio:
_ ¿Sobre qué estás escribiendo ahora? Es algo que no se puede contar.
Qué pena. _ De pena nada. Es una ventaja. La época actual se lanza sobre todo lo que alguna vez fue escrito para convertirlo en películas, programas de televisión o imágenes dibujadas. Pero como la esencia de la novela consiste precisamente sólo en lo que no se puede decir más que mediante la novela, en cualquier adaptación no queda más que lo esencia. Si un loco que todavía sigue escribiéndolas quiere hoy salvar sus novelas, tiene que escribirlas de tal modo que no se puedan adaptar o, dicho de otro modo, que no se puedan contar” (Kundera, Milan La Inmortalidad pp. 235).
La totalidad que no se puede contar, que sólo ocurre en el espacio entre el texto y el lector, la novela, no espera una historia. La totalidad no tiene que ver con extensión ni geografías.
¿Qué espera el lector de una novela hecha en Oaxaca por un oaxaqueño? ¿Indios emplumados que bailan bajo la mirada buena del gobierno en la Guelaguetza? Excluir la novela por su origen es una actitud fascista. Diez de carne es una novela de la soledad o de la angustia del hombre aplastado por la ciudad, del hombre que al fin y al cabo cuestiona su propio ser. Y nuestro mundo actual no sólo es francés, inglés o latinoamericano. Es nuestro mundo.
Diez de Carne trae una distorsión total de las nociones del protagonista, desenlace, enredo; resulta un material bastante trivial; los personajes no importan demasiado, los acontecimientos no merecen la pena ser contados pero de todas formas los realzo e integro a la novela. Parto de esto: el gobierno estableció una narrativa (un mundo absoluto, un suceder de cosas a lo largo del tiempo), los crímenes contra la población se olvidan.
Esta es la realidad con la que trabajo, mantenerme adverso porque la difusión oficial genera adaptaciones (lo que conlleva la pérdida de la conciencia o la expresión de una conciencia atenuada; cierta inmovilidad por indolencia o “tolerancia”; adaptación del producto literario es igual a la “adaptación” del ciudadano ).
Diez de Carne resulta una acción opositora a la narrativa oficiosa, que llena los espacios personales. La novela permanece fuera de la difusión del Estado, el gobierno.
¿Cómo? Lo que importa es la manera de contar, el cómo, el lenguaje (espacio de todos) regresarlo a la comunidad (comunidad es una palabra dura, demasiado usada por políticos y académicos, pero necesaria en la novela); no como la expresión de una copia o una imitación (swag), sino como la voz de un mundo que tiene que ver con la gente (en la narrativa oficial la gente está excluida de toda narrativa, los significados y sus connotaciones).
Diez de carne parte de una oración concreta: Odio a la policía, como mantra, rezo o acción chamánica para defenderse de un mal enorme.
El principio está marcado por una noche de vela con María Sabina, la señora de los hongos alucinógenos, la dueña de las llaves de la puerta (¿qué puerta? La que gustes, no hay historia). La acompaña, claro está, Kundera como representante de la tradición de la novela. Todo mundo autónomo trae pleito con la ley, la policía, el gobierno.
Todo esto ocurre, igual y no, en el tiempo del conflicto magisterial contra las reformas educativas aprobadas por el gobierno mexicano. Alude, hace atmósfera, pero no lo nombra directamente. Sólo adquiere el tono de las protestas callejeras.
La novela, en su carácter de mundo autónomo, es transmisora de la resistencia contra los abusos del poder, a partir de la broma hacia sí mismos de sus personajes (esto logra un tiempo continuo dentro de la novela, la narrativa específica).
Más allá de la pugna exquisita entre los críticos (Yepez/Cristopher Domínguez), hoy más que nunca lograr la circulación de las literaturas tiene que ver con un centro, un eje, que acepta o rechaza, permite a partir de difusión y adaptación. Diez de carne va en sentido contrario (al final de cuentas lo adverso es literario), busca lo alternativo como pensamiento filosófico.