César Rito Salinas
Estoy escribiendo para que todos
puedan conocer mi domicilio…
Rubén Bonifaz Nuño, Los demonios y los días, 1956.
Casa de los padres, espacio del rezo y del incienso, de la media luz de los cirios, del pabilo encendido y su mariposa de corcho que flota en el vaso con aceite y agua. Así desde los días de la infancia el rezo de las mujeres. Los espejos cubiertos por mantas blancas para que no se reproduzcan los cuerpos. El televisor y la radio desconectados para evitar pensamientos de fiesta y alegría. Sólo los rezos y el incienso en la casa de los mayores.
Las mujeres, desde niñas, aprenden los rezos. Mujeres que en otro tiempo fueron jóvenes. Mujeres que rezan toda la vida. Los hombres aguardan en la cantina a que pase el mal tiempo, beben lentos sorbos de cerveza helada y mezcal. Menguan su soledad en conversaciones tontas con otros hombres que huyen del olor del pabilo quemado, del incienso, del reposo tierno del agua con aceite. Del rumor del rezo de las mujeres, de la transpiración de los floreros. Acuden más mujeres vestidas de negro a la casa de los padres. Sus voces se levantan sobre el aire del calor y los mosquitos.
El cirio que arde. Cera que se derrite y escurre sobre el tiempo del doliente. La puerta de la casa de los padres abierta de par en par en la ahora del dolor se ilumina con pencas de hoja de plátano verdes cargadas de pequeñas gotas de agua, como lágrimas derramadas sobre la almohada.
Las moscas sobrevuelan el rezo. Mediodía. Sol del zenit. Todo se detiene: el mundo, los árboles, las bestias, los hombres mientras las mujeres elevan sus rezos por el alma del abuelo muerto. El rezo de las mujeres es un río profundo, un agua espesa que roba la cabeza escurre sobre el cuerpo. La luz del sol entra con violencia hasta la sala de la casa de los padres. Las letras intentan inútilmente dar descanso al corazón. Un lugar para el reposo, el poema, pero nada logra ante esa voz uniforme, pareja, tupida, de las mujeres que llegan con vestido de luto.
el agua alumbra los caminos
en esta hora y la otra
Yo nací el año en que publicaron Rayuela.
Tengo preferencia
por mujeres de rostro afilado
como el respaldo de una silla de hotel.
Me agrada observar
el espacio vacío del muro
entre el cuadro y el techo.
Amo a una chica yonky.
Siempre estoy de vuelta en los velorios.
Crecí con tardes de cine y aguacero.
Lloro por la extinción de los tranvías.
Aún porto la foto de mi madre en la cartera.