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jueves, noviembre 21, 2024

XXV imágenes para Eusebio Ruvalcaba

Reportajes

1 de 6 entregas
También el sol,
tanto al nacer como cuando
se oculta en las olas,
te dará señales
Virgilio, Las geórgicas

César Rito Salinas

Las letras que llevan emoción se dedican a los muertos. No hay literatura sin muertos. Las letras buscan retener nombres, espacios, un ambiente; el tiempo ido, las imágenes de la naturaleza. Las letras se escriben en pasado; en el caso del cine –registro de la acción en movimiento, desplazamiento-, el guion se escribe en presente. En la pantalla todo ocurre frente a los ojos como si surgiera por vez primera y para siempre.

¿Cómo se escribe para un autor tan querido?
Intento fijar algunas imágenes de mi amigo, el escritor muerto llamado Eusebio Ruvalcaba ((1951-2017), que, a la manera del fotograma, brotan en un presente eterno, inabarcable.
I
Noche con lluvia en la ciudad desconocida
A Ruvalcaba lo visito un día en su casa, allá por Tlalpan. Viajo a verlo de Oaxaca a la CdMx. Nos saludamos con afecto, entramos a un café que abre sus puertas frente a la calle empedrada. El dueño del local saluda a Eusebio cordialmente. Tomamos algo, quizá vodka con café negro, al salir caminamos rumbo la escuela de su mujer, Coral. La roca coral. Profesora de primaria o encargada de una primaria privada.
Ese día conozco la casa de Eusebio, la sala, el comedor, la vitrina de cristales pulidos donde guarda sus discos.
No sé por qué imagino a un perro en el patio, compramos más vodka. Bebemos en su casa mientras se escuchaba La Muerte y la doncella, de Schubert.

  • No se puede dejar de escuchar la música –dice Eusebio.
    II
    Ficción y vida
    Ahora que escribo esto escucho música.
    Ahora que escucho a Silvestre Revueltas (Homenaje a Federico García Lorca), imagino la cabellera revuelta del músico, abultada en el copete, su cara de niño.
    Eusebio dice que su padre Higinio Ruvalcaba, el violinista concertino de la sinfónica de México, nacido en Jalisco, fue muy amigo de Silvestre Revueltas, compañeros de parranda, de los que te llevan en hombros a tu casa, que en equilibrio tocan el timbre mientras asoma a la ventana tu mujer, en pijama, con tubos en la cabeza. Los mismos amigos te recargan en la puerta y huyen.
  • Así fue Higinio con Silvestre, muy amigos.
    En la tarde de aquella visita puedo ver el rostro de Eusebio.
  • A los dos les gusta cogerse a las señoras del mercado de la Merced –dice.
    Contó este relato: que Carlos Chávez, el músico, fue malo, mandó poner botellas de tequila, de las muestras, las pequeñitas, en las gavetas del escritorio de la oficina de la Sinfónica, sabía que Silvestre bebía todo el alcohol que encontraba.
    A Eusebio le brilla los ojos,, alcanzo a ver las cosas que platica de aquel tiempo de México, le provocan un gran sentimiento.
    Le agrada contar historias de su padre y su madre, pianista, mientras ataca con paciencia y sabiduría la copa de tequila.
    O mezcal.
    O vodka.
    Eusebio resulta milagroso en esta tarde citadina,
    ¿Cómo puedo narrar la magia de este hombre?
    III
    En la Sala de Cabildos
    Lo conozco en Fortín de las Flores, la población cercana a Orizaba, por el rumbo de Córdova, Veracruz. Como en una peli, lo veo sentado frente al auditorio en la sala de Cabildos, planta alta de un edificio colonial. Eusebio, camisa azul, manga larga, bien planchada, pantalones de mezclilla, cabellos bien peinados, llega a dar una lectura en aquella población; días antes pregunta por teléfono, ¿te queda cerca? Eusebio es el editor del suplemento cultural de El Financiero, que dirige Víctor Roura (marzo de 1998, el país no se repone de la crisis económica con que arrancó el gobierno de Ernesto Zedillo; nada se habla de narcos, sicarios, huachicol, entre los jóvenes se mencionaba el nombre de Marcos, el subcomandante Zapatista). Termina la lectura de poemas, me presento sin conocerlo -nos conocimos por teléfono. Digo mi nombre, alza la mirada de uno de sus libros que sostiene en las manos.
  • Se me caen los calzones –dice.
    Mientras desciende los escalones Eusebio sonríe con expresión conmovida, mueve la cabeza, vuelve a sonreír. Le digo que acabo de bajar del camión que me trajo del Istmo de Tehuantepec a Fortín.
  • ¿Tú conoces este lugar? –Eusebio pregunta ya en la calle.
  • Ni idea, primera vez que estoy por estos rumbos –respondo.
  • Espera – dice Eusebio -te voy a llevar al mejor burdel del lugar.
    Con la mano derecha en alto pide un taxi.
    La unidad, como salida de una película, se acerca a la banqueta en la noche lluviosa de Fortín de las Flores (como salido de una película, el auto emerge entre la bruma).
  • ¿Nos podría llevar al mejor burdel de la ciudad?” -Eusebio pregunta.
    Ya en la madrugada confiesa entre carcajadas:
  • No conozco Fortín, pero se puede conocer la vida nocturna de una ciudad si te dejas llevar por el taxista (¿Recuerdas Un Hilito de sangre?).
    …continuará.
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