César Rito Salinas
La carretera que da acceso al municipio de Santa María Atzompa, municipio conurbado a la ciudad capital y tierra donde se extienden los talleres que trabajan el barro, está repleta de baches que -de tan profundos- parecen abismos.
En la calle principal, frente al Mercado de Artesanías, suena la banda que acompaña al sepelio de un infante.
Pasadas las tres de la tarde, un hombre encabeza el cortejo; sobre sus hombros carga un pequeño ataúd forrado de blanco, tras él camina un grupito de gentes.
– No son gente de aquí.
– Me imagino que son gente de los padrinos.
– El padrino carga la caja.
En el Mercado de Artesanías cuatro mujeres de vestido y mandil largo, cabellos sueltos -en compañía de una policía municipal-, atienden a los turistas.
En los estantes se expone el trabajo de los maestros del barro.
Tranquilino Torres.
El rostro con rasgos zapotecas -frente alta, mejillas rotundas, ojos rasgados- se repite en las tazas de barro, de diferentes formatos.
Hay laca que recubre las formas.
Elia Aguilar.
Las palomas pechugonas se repiten, con flores pintadas al pecho.
Isauro Enríquez González.
Las formas se acumulan una sobre otra, pareciera que la dimensión obtenida con la sobreposición de las piezas es parte de una estética singular; forma una figura que rememoran a los escalones de los vestigios monumentales, escalones o sucesión de tumbas antiguas puestas unas sobre otras.
Verónica Ortiz.
Máscaras, jarros, tazas. Crucifijos con presencia de arte indígena, figuras del rito cristiano adornadas con flores y plantas.
Terminado el recorrido por el mercado de artesanías, tomamos la calle que sube al palacio municipal. Sobre un pedestal de tamaño medio, un Cocijo de barro recibe a los visitantes en los primeros peldaños de la escalera que conduce a las oficinas administrativas. En el aire flora un olor a orines.
