Fer Amaya
Dijera aquel, ahí estaba ese cabrón, materialmente, atorado en la rocola. No dejaba que nadie se acercara a marcar su canción de preferencia. Él sólo quería estar oyendo un bolero de Julio Jaramillo, ese que se llama “Deuda”, ya lo había marcado como veinte veces, y no tenía pa’ cuando, dijera aquel.
Cuando llegó Saturnino, todos pensamos este verga si lo chispa de ahí, este sí sabe por qué la gallina no tiene chiches. Y como fue o, mejor dicho, como pudo haber sido, el pateco, después de haberse metido medio marro de mezquite, se dirigió, dijera aquel, decidido, a sacarlo al impertinente, de la rocola. Pero ante nuestra sorpresa, este cabrón también se arreparó, lo aplatanó la mirada del otro pinche necio. De repente, el de la rocola, dijera aquel, se dirigió a todos nosotros con estas palabras: “Parnas, no sean gachos, aguanten vara, lo que pasa es que hoy mi vieja se pintó de colores ves, con un bato que ni al caso ves. Ustedes casi no me han visto aquí, porque yo le entré tigre a la responsabilidá, y, por lo menos, lo indispensable nunca le faltó ves, nunca esperé algo como esto, parnas, nunca; yo muy confiado me iba a tirar por las noches, y al otro día a levantar, para vender mi pescado como dios manda, todo para que a ella nada le faltara, cabrón. Pero, primo, de nada valió, y lo peor de todo es que no la puedo odiar, ella ha de tener sus razones, capaz yo ya no le latía, loco. Como hoy se puso fea la mar, regresé temprano a mi chante, buey, nomás para enterarme de la trastada que me hizo. Por eso déjenme otro rato, parientes, no la hagan de pedo, hoy por mí, mañana por ustedes”.
Cuando el moreno calló, ya todos estábamos metidos con él en su, dijera aquel, sentimiento. Nos sorprendió la madrugada escuchando la misma canción. Cuidado que alguien llegara y nos la quisiera cambiar, no se la iba a acabar me cae, dijera aquel, no se la iba a acabar, verdá de diosito santo.