La lluvia inesperada que se dejó caer en la ciudad, las calles repletas de marmotas de calenda, obligaron al taxista a tomar rumbo a la central para evitar en tráfico del centro. En el aire cargado de petricor se anunció la tormenta, pero los malos presagios se disiparon al entrar al cine.
Desde el Marquesado las gotas de lluvia me hicieron viajar al cine Gisela, en Tehuantepec, aquella oscuridad repleta de coloridas imágenes en acción qué iluminaban la galería sin techado.
La lluvia apretó antes de llegar a Cinépolis, recorrimos calles de la vía rápida a un costado del Atoyac, pasamos colonias y sus calles desconocidas. El centro comercial y sus tiendas, lo iluminado de sus marquesinas, el constante ir y venir de gente, el atiborrado complejo de cines con el lobby repleto de mujeres y hombres con blusas, camisetas y pantalones que salían de ver Barbie, la película.
El mundo se pinta de rosa, una historia «impactante», rezaban los promocionales que hacían el preámbulo de la película.
Por la mañana había leído una reseña qué decía, «algo bueno deja la película, la protagonista no es pe deja, tiene varios estudios y las niñas pueden aprender de esa imagen».
Se apagaron las luces, lejos, muy lejos quedaron los gritos de los ebrios que recorrían las calles de la ciudad, en la fiesta de Guelaguetza.
Al interior de la sala pude ver a gente de mediana edad, limpios y olorosos enfundado en ofendas de color rosa.