La cachotrona que se manda Lord Jarra, cachetea hasta al más prevenido. Decir que tiene bigote y barba es exagerar; mejor dicho, tiene la carátula pelambruda y a esta amorfia rostral hay que agregarle las cejas y las pestañas.
Habrase visto el punzo de una mirada constituida por dos ojos de res sin escrúpulos, de esas que invaden los predios ajenos para hartarse de legumbres decorosas. Quien haya curioseado las cánulas que trae por nariz, dará cuenta que es un tubo de ensayo doble, atascado igual de cerdas inmundas que, a modo de alambrada, le dan un toque especial a su sumario autorretrato.
Lord Jarra y Sir Jarra se robaron toda la lana que quisieron cuando incursionaron el equipo de Alí Babá; se puede decir que eran treinta y ocho ladrones y que nuestros personajes eran el treinta y nueve y el cuarenta, asimilados a una facción que presumía el bien para hacer el mal. Ahora son desgobierno, mal gobierno, mimesis de gobierno con establishment, gabinete, leyes de impunidad y todo. Y el sujeto dicho, Lord Jarra, tirando rostro bajo el auspicio de las redes sociales, que lo mismo pueden consentir a un querubín de inocencia que a un depravado con unción de autoridad.
El otro mandó rehabilitar el acueducto de Xochimilco para vacíar las arcas comunes y hacer llegar toda la morralla a su sitio de origen, ubicado más allá del cerro donde se alcanza a mirar una estatua que señala el rumbo adecuado a quienes se sirven con la cuchara grande tal como ocurre con estos tunantes.
En referencia a la cola que el prístino sujeto porta advertida en la nuca, hagan de cuenta que es un troncho de zacate atado con majagua de plátano perón, tan irrompible como las cuerdas hechas a partir de las cámaras de bicicleta que aún se pueden conseguir en cualquier tlapalería. Cuentan los machones de su séquito aberrante, que es capaz de cualquier cosa con tal de apropiarse de la liga o del cacho de media con el cual poder recogerse las crenchas cebudas que le permiten lucir una cola que, a su edad, más que un distintivo de calidad, es una muestra del atraso de su reloj circadiano, que no le permite comprender lo atroz de sus gustos.
Pasó por la ergástula de la impudicia una otoño del cual ya nadie puede dar noticia. Más fueron sus aliados de momento quienes lo empaquetaron a fin de que cubriera los costos de un equívoco ya jamás saldado. Ahora oficia a un costado de Sir Coyote, el papel de justificador de lo execrable, sin que esto le haga la menor mella. Así que lo seguirán viendo en mesa redonda, como el caballero palafrenero que justamente ya es. Asimismo, asomará con aspecto patibulario todas las mañanas, a fin de que sus exégetas perniciosos elucubren la bondad del payasamiento auténtico, el barco que no es simulación, alarde, o algo parecido.
El Mago Flores