NÉSTOR Y. SÁNCHEZ ISLAS
Una de las propuestas, y promesas de campaña del ahora gobernador electo, Salomón Jara, fue la de entubar el río Atoyac, así lo decían los miles de volantes repartidos. No decían más ni explicaban de que trata ni en que tramo lo pretende aplicar. El Atoyac, con diferentes nombres, corre desde Telixtlahuaca hasta el mar.
Entubar un río es como querer ocultar la basura debajo de la alfombra, no soluciona nada. La contaminación seguirá ahí. Las descargas de aguas residuales aumentarán y su capacidad de transporte en caso de una crecida se verá limitado.
Un río es todo un ecosistema, el entubamiento lo aniquila. Hay vegetación y fauna que algunos beneficios ambientales proporcionan. La basura y las descargas de aguas podridas no son del río, son de nosotros.
Padecemos un calentamiento global que lo que menos necesita son más superficies de asfalto que eleven la temperatura del ambiente. Por supuesto que los mantos acuíferos se verán afectados y, como consecuencia, padeceremos mayor escasez de agua y tampoco dejaremos que la misma cuenca se auto regenere.
Parece ser que para este proyecto se tomó como ejemplo el caso del río Jalatlaco. El mismo río nos proporciona la respuesta: sus aguas siguen inmundas, la basura, las descargas de aguas negras, el mal olor y la contaminación ahí están. La calzada construida en su superficie no compensa el daño ambiental.
El paradigma de los años 60 que se aplicó en el Jalatlaco no debemos repetirlo. No se sabe, al menos públicamente, qué clase de mantenimiento se le da. Antes no se permitía el paso de camiones pesados; ahora circulan de forma cotidiana sobre él. No sabemos si ha sido desazolvado, lo que sí es evidente es que bajo el puente de la Calzada Porfirio Díaz se está creando un gran tapón por los sedimentos acumulados; a lo largo del cauce entubado podría haber toneladas de lodo y basura.
En un afán puramente mediático, el ayuntamiento acaba de hacer una “limpieza” de esa zona, atrás del IMSS. Solo quitaron la maleza y los carrizos, porque las toneladas de lodo ahí siguen. Se trató de sacarse la foto para que pensemos que si están trabajando, creando una falsa sensación de seguridad entre la ciudadanía.
Entubar el río Atoyac es, una vez más, tratar de solucionar un problema del siglo XXI con ideas del siglo pasado. Lo que necesita la cuenca del Atoyac es atención y cuidados y no la muerte.
Históricamente, la ciudad de Oaxaca existe gracias al Atoyac. En sus márgenes se dieron los primeros asentamientos a lo largo de los valles que recorre y se desarrollaron las culturas que nos antecedieron.
El valle de Etla se distingue por su abundancia de agua y fertilidad. En el Atoyac y algunos de sus afluentes se instalaron los primeros molinos y pequeñas haciendas durante el virreinato y fue, al igual que hoy, motivo de problemas por el despojo que poco a poco fueron haciendo los españoles de los indios para apropiarse de sus mejores tierras y aguas. Muchas de esas tierras fueron parte del marquesado de Hernán Cortés, cuya descendencia cobró rentas por ellas por tres siglos más. Los indígenas sembraban maíz, los españoles trajeron el trigo que, por cierto, en el valle eteco siempre fue de una calidad inferior a la de la Mixteca y Tehuacán, por lo que la harina salía amarilla, misma que dejaron para el pan de los pobres. Este es el origen del pan amarillo de Etla que, al igual que el mezcal y las tlayudas, ahora es manjar de altos vuelos.
Las crecidas del río llegaban cerca de lo que hoy es el centro histórico. Durante la Colonia se hicieron trabajos para reencauzarlo en el tramo que está a la altura de San Juanito y San Martín. Los trabajos se hacían en la época de sequía en que el caudal estaba muy disminuido, casi seco.
En 1969 el río nos dio un gran susto. Debido a las abundante lluvias de aquel verano se desbordó e inundó las antiguas instalaciones del Pemex y la Coca Cola que estuvieron en donde estaba el teatro Álvaro Carrillo. Las colonias en las cercanías del ferrocarril también se inundaron y el puente Porfirio Díaz sufrió graves daños, el río casi se lo llevó. Como remedio, el gobierno de entonces lo volvió a reencauzar y se hizo el trazo recto y los bordos que hoy son calzadas para automóviles. En los terrenos ganados al río se construyó el Instituto Tecnológico y la Central de Abasto.
La vida y la cultura de los valles centrales se deben al agua de los ríos, tanto el Atoyac, el Salado, el Jalatlaco, el de las Etnias y otros afluentes en que se descarga el agua de la lluvia en las serranías que nos rodean.
El río debe rescatarse en lugar de matarlo. Existe un amparo de un juez federal que ordena el saneamiento de su curso. El cambio climático es una realidad, la sequía y desertificación es un apocalipsis que nos amenaza y esperamos que el señor Jara tenga la suficiente madurez para omitir dicha promesa. Será por el bien de todos.
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