NÉSTOR Y. SÁNCHEZ ISLAS
Conforme se acercan las fechas de las fiestas de los Lunes del Cerro se siente la presión sobre las festividades, una presión cíclica que va más allá de los oportunistas chantajes de los profesionales de la victimización.
La presión viene desde diferentes frentes. Por un lado, es la misma gente que expresa a través de las redes sociales su rechazo al modelo comercial actual. Por otro lado, la Sección 22 y su grupos ideológicos que no pierden oportunidad de, en nombre de la lucha de clases, de tratar de apropiarse de la celebración. Por último, desde el propio gobierno que utiliza a nuestra cultura para proyectar una ambición política.
Cada año son más las personas que expresan su descontento con la Guelaguetza al criticar que, de ser una festividad popular, ahora es un espectáculo turístico que los excluye. Tienen razón, subir al cerro, desayunar o comer en él y ver los bailes de las delegaciones hace mucho que dejó de practicarse. La cultura popular ha sido sometida a las necesidades políticas de cada gobierno. Hay más policías en el cerro que oaxaqueños paseando por él.
La cultura es dinámica, genera identidad y memoria colectiva y es normal que vaya cambiando con el paso de los años, sin embargo, en Oaxaca se da el extremo del absoluto uso y control de la clase política sobre una manifestación que tiene raíces populares de sincretismo religioso entre lo indígena y lo colonial. Lo político se apropió de nuestro pasado, y lo usa en beneficio propio, lo que provoca una fuerte tensión social que se manifiesta en las redes contra lo que ahora llaman la “Guelaguetza oficial”.
Por su lado, la Sección 22, en su continuo esfuerzo por mantener su hegemonía y con el pretexto del desalojo de 2006 lanzó su “Guelaguetza popular”, una que justifican con el rompimiento de las relaciones de subordinación-explotación, es decir, para ellos la Guelaguetza debe ser parte de la lucha de clases.
Han convertido a la Guelaguetza en uno más de sus instrumentos de lucha política y de control mafioso, usando con mucha habilidad su facilidad para dividir y descalificar a los demás. Dada la alta estima moral en que ellos mismos se tienen por asimilarse artificialmente a luchas antiimperialistas o descolonizadoras consideran que su espectáculo debe ser un escaparate de toda clase de exigencias, ya sea políticas, económicas, ecológicas, morales o ideológicas. Lo que ellos hacen es tan condenable como la ultra mercantilización que desde el gobierno se aplica cada año.
Las fiestas de Los Lunes del Cerro son parte de nuestra identidad. Hay historiadores que asimilan a celebraciones prehispánicas su origen, algunos otros lo hacen como consecuencia del terremoto de 1931 y por el 400 aniversario de nuestra ciudad. Lo que es cierto es que ahora son parte profunda de nosotros.
El propio éxito de esta manifestación cultural provoca las tensiones que cada año se acrecientan. Ha sufrido una resignificación cultural. De ser un ritual religioso llegó a ser un homenaje racial y hoy un espectáculo turístico que arrastra consigo a las artesanías. Lo artesanal es una de las identidades oaxaqueñas, sin embargo, se ha convertido en una producción en serie y de muy mala calidad para surtir su alta demanda. Ya no son artesanos, son simple mano de obra.
El acceso al auditorio está determinado por políticas públicas que favorecen a un turismo que tiene la capacidad económica de comprar la entrada. La máxima fiesta de los oaxaqueños es una fiesta, paradójicamente, sin oaxaqueños. Los oaxaqueños también consumimos nuestra propia cultura, pero no desde el punto de vista mercantil.
El gobierno ha convertido a la Guelaguetza en un activo, por lo tanto, ha perdido su gratuidad y prevalece únicamente la visión mercantil. Una vez convertida en mercancía lo único que hay que hacer es maximizar sus ganancias.
Es criticable el uso que el gobernador hace de nuestras fiestas. Usa la gran aceptación que tiene la cultura oaxaqueña para proyectarse a nivel nacional en aras de su anticipada precandidatura presidencial. Hacer de la fiesta de este año la más grande de todas no tiene otro fin que posicionarse ante la opinión pública más que ser un auténtico creador de tradiciones. Nada le aporta, pero la usa y le quita mucho.
Un día de estos habrá la necesidad de plantear la democratización las fiestas. El gobierno quiere remediar la exclusión en que se han ido convirtiendo con la contratación millonaria de grupos musicales populares para regalar entradas a la gente. Igual que Hernán Cortés, nos cambia el oro por chácharas sin valor.
OIDOS SORDOS
Lo primero que pidió el Congreso local que no hiciera fue lo que sí hizo el gobernador. En un exhorto oficial de hace tres años se pidió que no se entregara el “Centro Gastronómico” a la Canirac. Nuestro flamante precandidato presidencial ya lo hizo. Ojalá, Salomón Jara lo revierta, escuche y lo reinvente.
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