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viernes, septiembre 20, 2024

Corrido de Mara Villa

Reportajes

No estuve ahí cuando hallaron la chínfora con monedas de oro. Mara Villa le dijo al Pecoso: “a ese me lo enfrían”. Y el maldito Pecas me metió en una tara con hielo a grado tal que se me fueron las ganas de gastar los morlacos de pavura que encontré para Mara Villa.

Pues tú puedes encontrar pero no hallar. Vaya que deliré con aquellos tostones famosos, me hacía gastándolos con la Mara en algún burdel del área, con el polvo hasta las narices y el alcohol fregándonos el hígado. Más la afamada mujer, antes ruda y harapienta, ahora suave y deliciosa, decidió gastarlos con otros, menos conmigo.

Ah que hija del máiz, a ella solo le importó tener en las manos los cartoncillos en donde le dibujé el mapita del hallazgo, hasta recuerdo el color, eran de un verde grisáceo como el plumaje del zorzal que, muy de vez en cuando, llega a cantar sobre el ahuehuete en donde sus parientes guindas dejan colgados unos nidos que más bien parecen huevos de toro.

Muy vistosa la calandria, pero canta desastroso, aun cuando convive con el zorzal, oscuro, pero de canto incomparable. La Mara sabía que mis halagos eran de esa naturaleza, más su porte de falsaria, rimbombeaba en el calvario de mi apuesta redentora. Deseé con toda él alma elevarme con ella, sacar provecho de aquel hurto en donde pretexto un mapa, los morlacos de oro y la faja ahuecada en donde se guardaron.

De lo demás, como lo digo, no puedo darles cuenta; así que lo dicho aquí tómenlo como un discurso post mortem que Nicasio Lara ha dejado para ustedes. Sin ningún vaticinio que lo previniera, sin la prevención de mi madre, como en todo corrido, el maldito pecoso me zancadilleo con una descarga de plomo anticipándose a cualquier intento de evitarlo teniendo a la mano mi arsenal de trabucos y de cuernos. 

Veinte lunas después que pasé rumbo a Copala convertido en lonja de vela entre manchas de salmuera y salpiques de bicarbonato, Mara descolgó mi Tres Pinos, y la fue a empeñar por un litro de pulque de palma que se embutió con mi yerno Jeremías, antes del final del juego, normalmente finiquitado sobre el petate que a la vez le sirvió para mi saco mortuorio. Aquí en el hades de mi noche provecta lamento que le haya regalado al Trole mis huaraches calentanos: re gran parió, por lo menos se los hubiera vendido, o se los hubiera dado a cambio de una pachequeada de esas a las que se acostumbró desde antes que condescendiera conmigo a cambio del dichoso mapita.

En fin, y en principio, me han dicho que todas las noches la escuchan cantar, desde el corral de piedra del Cerro del Vigía, invocando a la reina de las reinas: a la muerte, que se ha vuelto su preferida desde que vació la chínfora de los morlacos y tiró mis cenizas al fuego, en el vano intento de que ardieran otra vez para sus responsos de impudor y liviandad.

Fer Amaya 

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