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viernes, noviembre 22, 2024

La autobiografía como lenguaje estable del periodismo

Reportajes

César Rito salinas

En un tiempo dije que el mejor desayuno era “el desayuno de poeta”: medio litro de vodka puesto en de la copa de cristal de bola, repleta hasta el tope con cubitos de hielo y, como exceso, un chorrito de jugo de limón para darle color.

Con tres alcoholes el mundo se compone.

Por la mañana leí un anuncio publicado en las redes sociales: Taller para escritores del futuro. El anuncio llamó mi atención: ¿cómo saber si el que escribe estará vivo en el futuro? ¿Cómo saber si permanecerá terco el ánimo por el escribir? ¿Qué me asegura que la técnica narrativa que ofrecen me asegura el éxito con los lectores?

El mundo se enturbia, los es más cuando uno decide escribir.

En los 50 del siglo pasado, lo que ahora llamamos la crónica narrativa la hicieron los ebrios insomnes, gente que vagaba por las calles viendo a la gente y los edificios, las costumbres, libreta en mano.

Así, de no hacer nada, de sobrevivir a mil resacas surgieron los nombres, Talese, Wolfe, Hunter S. Thompson y muchos más.

Pero el registro de una forma de mirar los hechos ya venía de muy lejos, del XVII, o más lejos aún, del XV, con Cervantes y su Quijote.

Y estaba Dickens, desde luego.

Este 9 de septiembre es del cumpleaños del maestro Tolstoi, aquella crónica de Sebastopol resulta inolvidable.

Luego, en la escuela, algunos maestros nos enseñaron otros nombres, el nombre de las corrientes, las generaciones, el estilo, las nacionalidades de esa forma especial de mirar al momento narrar.

Con tres tragos el mundo se clara.

Pasada la Segunda Guerra Mundial se institucionalizó la rebeldía, el alcoholismo.

Este vagar sin destino por las calles de una ciudad que, tras cada ventana, esconde rostros, tramas y respuestas a las interrogantes que nos atormentan.

Con esa escritura descolocada, de la vagancia, se levantaron ciudades, la fama de ciertas calles, barrios, personajes, el nombre de ciertos protagonistas.

Escribimos escenas, la unidad fundamental de nuestro trabajo ya no está en el dato, la pieza de información sino en la escena.

En la búsqueda de los lectores nos hemos convertido en el gato que mita tras la ventana.

A veces me desayuno un plato de papaya con manzana, un plátano, busco una alimentación sana.

Con el tiempo descubrí que el ánimo que saca las letras de su mudez está en asuntos que que van más allá de la vida sana.

Todavía despierto algunas mañanas con el ánimo de disfrutar tranquilo mi desayuno de poeta, vagar por las calles, descubrir rostros, escuchar historias y regresar a la soledad del trasto de las palabras cargado de voces.

¿Quién diablos me asegura que llegaré al futuro?

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