César Rito Salinas
Vigente y calva, la envidia.
Parece ser una mujer muy siglo XIX, que anda por la calle con vestido y peinado pasados de moda, singular.
La envidia es hoy como la pelona, muy vigente.
Cínica y divertida, medio vieja y, también, medio impúdica, la envidia. En algún momento la acompañamos, nos persigue. La dejamos alcanzarnos, que nos toque; aunque seamos periodistas, escritores, influyentes de sexenio o muertos de hambre.
Ebria y santa, ella.
Está en todas partes, en todas las naciones y en todo el género humano. Entre ricos y pobres, entre curas y laicos.
Entre universitarios y analfabetos.
La vieja que acompañó a la humanidad desde el primer tiempo del hombre sobre la tierra,
Está muy vigente. A veces, para la gente del gobierno, se quiere el resistir a fuerza de traspiés, equivocaciones. Con imágenes de la felicidad de otra gente, a chingadazo limpio en la radio, la televisión o la prensa.
La envidia por políticos de otro sexenio corroe el corazón del Secretario General de Gobierno, Jesús Romero, en su trabajo tiene desplantes del Chuky Franco, cínico y cruel.
Los de la nueva administración no logran ocultar su piel pinta por la envidia.
Sueñan con ser otros, poseer lo que otros tuvieron en sexenios pasados.
Se volvieron copia vil.
Nada más hay que dejarse tantito por los programas vespertinos de la tele o los de fin de semana; los que nos quiere imponer la envidia.
Los artistas de masas y los políticos generan envidia. Las mujeres, también. Y los hombres no se diga.
Todos hemos sufrido, tenido, envidia en los años de nuestra chocante vida: cuando niños, porque el vecinito tenía la mejor bici, el balón o los zapatos tenis a la moda.
Cuando adolescentes porque nosotros teníamos barros de agua en la cara y nuestro amigo (a), de secundaria no.
La vieja calva con peluca despampanante nos agarró del brazo, nos tomó para salir a la calle o quedarnos en casa, y nos hace dar o que nos den envidia.
Es auténtica de ida y vuelta.
Ningún científico, que se sepa, pudo descubrir -desde Hipócrates el sabio- hasta hoy una cura para este mal.
Mal que recorre países, ciudades; naciones enteras. Sobra con enterarse de las iras del Señor López, en el sexenio.
Por eso, en este fin de semana, hay que darle una buena sobadita al ego; para que esa acción nos cuide de la envidia: porque, lo demás sería cosa de pasarnos un huevo de gallina en la cabeza, con unas ramas de albahaca.