El movimiento para la transformación del país empezó a gestarse a finales de los 70s, con la insurrección de sindicatos independientes y organizaciones civiles de izquierda. Fue la Escuela Normal Superior de México, ubicada en Fresno, Santa María la Ribera, el espacio que abrigó el germen de este propósito, y al que el gobierno neoliberal de Miguel de la Madrid intentó aniquilar, reprimiendo y dispersando al alumnado y personal académico de sus cursos de verano.
A principios de los 80s se consolidó la CNTE que, a finales de esa década, convocó a una movilización nacional para demandar, entre otras cosas, democracia sindical y aumento salarial, logrando la realización de congresos en sus Secciones consolidadas y, por única y quizá por última vez, la ruptura del tope salarial.
En el transcurso de esta década, comenzó a perfilarse la lucha política en el ámbito de los partidos para encarar a la hegemonía del PRI en los municipios, los estados y las regiones del país, el avance fue lento, con repuntes y retrocesos, incorporaciones y abandonos.
De los movimientos sociales en ascenso surgió el frente que, a finales de los 80s, con el ala progresista del PRI y los partidos de izquierda emergentes, intentaron disputar los espacios de representación popular. El 6 de julio de 1988, Cuauhtémoc Cárdenas contendió por la presidencia con las siglas del PARM, y resultó ganador Salinas de Gortari, cuestionado por fraude y manipulación de las elecciones. A partir del Frente se perfiló el PRD, y comenzó la lucha política que, en muchos aspectos, emuló las estrategias y artimañas del partido en el poder; también comenzó la carrera partidista asumida más como negocio electoral que como disputa en aras de saldar una deuda de honor con el pueblo en lucha.
Es frecuente escuchar el calificativo de pragmático al sentido que se le da en los partidos a la toma de decisiones; este pragmatismo no es otra cosa más que obrar por conveniencia, por interés desde la ambición galopante hasta la voracidad. Para nuestra mala fortuna, esta característica de los partidos en su funcionamiento y operatividad no se ha perdido y hasta parece que se ha recrudecido e instalado en una propuesta partidista que pretendía disolver y erradicar esas prácticas abruptas y antidemocráticas.
Morena como partido no es la excepción, pero, tal vez, en su condición de movimiento, pueda cuestionar el oportunismo, la ramplonería y el desdoro que mueve a los operadores en el partido como tal y en los gobiernos que ostentan.
Y es que, en el 2018, una avalancha de desertores de otros partidos, con muy malos antecedentes políticos, legales e incluso penales, se movieron a Morena cubriendo las cuotas que los dirigentes establecieron por candidaturas y espacios de gestión y representación. Morena quedó presa de proyectos personales, familiares y grupales, sin que las bases del movimiento pudieran participar, proyectarse y asumir responsabilidades en la lógica de la propuesta central del proyecto: no mentir, no robar y no traicionar.
Esto explica el achicamiento del partido en municipios y estados, cuyos logros y triunfos han sido posibles por la casi desaparición de los partidos tradicionales que terminaron asidos al naufragio del cual Morena no está exento si sigue con las mismas prácticas, artimañas y abusos de la nefasta tradición partidista mexicana.
Entonces ¿por qué va a triunfar y prevalecer Morena en el 2024, aún con la cargada en contra de medios, intereses foráneos y esfuerzos de derechistas neoliberales? Por el Movimiento, no por el partido. Un proceso de muchos años, de participación y militancia social, de ver claro lo que quienes ahora se sirven del partido no pueden ver, pues son ajenos a esa experiencia, a ese compromiso y a esa deuda con el pueblo.
El triunfo a nivel federal en el 2024, en lugar de echar las campanas a vuelo, debe replantear la vida política de Morena como partido, permitiendo que sus militantes tomen parte en las decisiones, las funciones y candidaturas que se asignen, pues las sociedades asumen compromisos y riesgos, pero en la lógica que no sean objeto de manipulación, burla y chantaje.
El movimiento de izquierda por la transformación del país va a continuar, a pesar de Morena (el partido). Va a sostener la propuesta anticorrupción en donde sea sostenible, si sólo se tratara del ámbito federal ahí la va a sostener; en lo demás, obrará con cautela, pues no puede avalar candidaturas o propuestas sostenidas con acuerdos de trasmano por personas con perfil hasta delictivo. No habrá abrazos con ellos a cambio de balazos.
No se sabe si algún día partido y movimiento encajarán en el mismo panorama, no se sabe si prevalecerán los ideales del movimiento por encima de los intereses oscuros del partido. Existe el riesgo de que un día el movimiento se deslinde de Morena y empiece de nuevo la cuenta regresiva para echar a andar en pos de la democracia, la justicia y el honor político. La lucha sigue, y no tiene plazo, ni vencimiento, ni duda.
Fernando Amaya