Fer Amaya
Esa mañana, Chacal anduvo, como todas las otras, perdido en el ajetreo de la zona de maniobras arranchando cubiertas y surtiendo de hielo y combustible a todos los barcos cuyos patrones le hubieran dejado por encargo. Lo mismo se le veía arrastrando la manguera del hielo pulverizado que conectando una línea de menos diámetro al tubo proveedor de diésel, en el área de recargas. Chacal era un pavo bisoño que se hacía a la mar sólo cuando algún tripulante se rezagaba en abordar el casco correspondiente, o cuando, por presentarse aún ebrio, el despachador lo mandaba a seguirle en la farra hasta que se le pasara el ímpetu de andar chupando como recental sin llenadera. En esas condiciones, Chacal tomaba su talegón y trepaba con él, hasta la parte extrema de los tangones, a verificar ganchos y tensores.
Muy bueno para changuear, efectivo para domeñar al winche cuando había que subir los equipos hasta la madre de botalón, perro para las cucarachas y las langostas cuando aparecían rebotando sobre la cubierta desde los bolsos recién abiertos. Más no todo era suerte en el sino del mozalbete, en la temporada del mosquito tenía que hacer paciencia, secundado por el Memelas, superviviendo a costas de algún vivillo de esos que regenteaban la pulpa en el Ranchito Café o el Jamaica Club a Go Go.
-Qué hay, Memelas, ¿a dónde te lleva tu arrechera, ahora?,¿al Jamaica o al Ranchito? ¿O a pura manuela te la llevas para evitar recaer en tu maña de pepenar frijoles?
-Me la ando echando con una del Faro, mi Chaca, ahí sale pa’l chocomil sin necesidad de batir chocolate.
-Con qué esas tenemos, Memelas, de mayate a padrote, como decir de pavo a marinero. Yo sigo en plan de chacal, como mi apodo lo dice. Y de pavo no quiero subir porque le agarré amor a las cucas y a las chabelas.
-Pues me han contado que ya hasta gobiernas y manejas la carta; se ve que Pata Bola te tiene buena fe. Si no fuera por qué estamos en temporada de piojo, anduvieras bien rayado, tal vez hasta luciendo novia allá por Barrio Nuevo.
-Quizá, Memelas, pero a lo hecho pecho, y me sumo a tu propuesta de rastrear un buen candidato ahí en el Jamaica; en el Ranchito, puro mampo pobre, con esos no sacas ni para una caguama.
Chacal y Memelas entraron al Jamaica Club a Go Go, sonaba una rola de Camilo Sesto en la rocola, y las damas de a mentis apañaban a media docena de guachos que, a propósito, se habían extraviado en aquel antro que, por aquellos tiempos, no tenía una consideración en especial ni de aprecio o menosprecio; era, como todos los burdeles del área, uno más entre ellos, con la particularidad de ser concurrido por personajes sin inhibiciones en eso de compartir la cama y la copa.
-Ahí anda la Polla, Chacal; qué, ¿le entras?
-No, cabrón, la Polla es de ida y vuelta, y a mi me gusta soplar nucas, no que me la soplen. Pero pues, tú, si quieres dar baje con ese riesgo, te la echo para acá; no es, digamos, difícil conchabarse a esa paloma, más que tiene fama de dura, ja, ja.
-Ni madres, Chacal, a que correr riesgos si están llegando unas terneritas ahí, la Marilú y la Juanucha. Vemos si se mochan con las elodias; y, si se caen con el varo, les damos sus empujones.
-Esa voz me agrada, déjame a la Juanucha y apaña a la Marilú, ahora que está sonando esa rola del Chepe Chepe, buena para arrinconar peroles.
Y he ahí que el Chacal y el Memelas, inspirados por la voz melosa del cantante fueron a prenderse de la Marilú y la Juanucha quienes, ni tardos ni perezosos, arrimaron la mano ahí donde se hacía destacable la masculinidad de los chamacos.
La noche se apretó sobre las escolleras de Salinas; no obstante, seguía el tráfico de los barcos que zarpaban, y los que ingresaban al antepuerto, para cubrir los requisitos de uso del puerto, sus muelles y almacenes.
De las embarcaciones en tránsito, había tripulantes que preferían permanecer a bordo, antes que salir a aquella vida de juerga y disturbio tan característica de los hombres de mar, aventureros y dados al placer sin cohibiciones. Otros, por pertenecer a alguna institución armada, a veces por disposición de orden superior o por sanción, tenían que asumir la estadía sin el beneficio de la franquicia tan ansiada después de varios días, y hasta meses, sin pisar tierra.
Alguna vez, el Chacal y Memelas, al trasladar un barco-escuela de Veracruz a Salinas, hicieron caso omiso a la disposición del patrón de permanecer a bordo en Punta Arenas, Costa Rica; con los demás tripulantes, se evadieron por la noche y fueron a la zona de antros que ocupa toda una calle de ese puerto bullanguero. El patrón, un cascarrabias sin competencia, consignó, en las libretas de mar de todos los tripulantes, aquel hecho que le amargó la tripa por varios días. Ahí, corrieron con la tremenda suerte de ser bien recibidos, en los lupanares, por las damiselas ávidas de compaginar su celo con aquellos mocetones venidos de un país conocido por sus charros y caporales; por supuesto, que estos vaqueros de muelle no llegaban a eso; más la voluntad de creerlo así, fue más fuerte que la realidad.
La fogosidad de unos y otras, vino a explayarse sobre la lona de cualquier litera, la madera de cualquier banco e, incluso, ahí mismo sobre la cubierta tan sólo aligerada por adujas de cabo o manchones de filástica.
Con ardorosa fruición, el tintineo constante de los impertinentes de la Maga se volcó sobre el pubis erecto de Chacal.
-Quítate esa madre- dijo este- un tanto aturdido por el alcohol y por la marea hormonal que ya le recorría la piel.
-Son míos, mi vida- alcanzó a barbotar la Maga, entre gestos de satisfacción ya casi colmada.
Ya en el tope de la ansiedad, el barco del Chacal se adentró en el puerto de la Maga, sin hacer caso de las luces de escollera y de enfilación. Esa suerte de pecado encendió la pirotecnia de una noche rumorosa en las landas de Salinas, rasgando el alquitrán de vetustos chinchorros colgados en las pértigas de la escollera.
Después del episodio, la pareja volvió al baile en los entrepuentes del Jamaica Club a Go Go, notando que, para esa hora, el Memelas ya había abandonado el lugar.
Unos días después, el Chacal y el Memelas se toparon en la zona de maniobras, tirando del cabo de atraque cada quien por su lado.
-¿Qué hay Memelas? te me perdiste del Jamaica la vez pasada.
-Sí, Chacal, alguien le fue con el chisme a mi gorda y hasta el Faro fui a parar guindado de la oreja. Ahí me quedo mi buen, para este mosquito está bien con mi gorda; seguras la papa y la cama, no puedo pedir más. ¿A ti, qué tal te va con la Maga, campeón?
-Excelente, ñero, traigo caites nuevos, vaqueros, camisa y una gabardina. Mira pues que la Maga es querendona, hasta la voy a ayudar en la venta de pescado para sacar un extra y mandar ese varo a la casa.
-Ora, Chacal, pues que tú ya tienes obligaciones, y ni modo, a cumplir.
-Así va el tiro, Memelas, quien como tú, de padrote hasta que empiece el jaleo con los viajes y la fayuca. Yo, ni pedo, la chacalmata al hombro para hacer más llevadero este tiempo de mosquito, ya vendrán las toneladas de cristalino, botalón, y camarón de maqueta, la buena raya y los días de cerrar el Faro y el Waikikí para hacer que la fiesta, la taberna y las taberneras sólo sean para nosotros.
Una suave llovizna comenzaba a impregnar aquella atmósfera de barcos fondeados en el puerto de las Salinas. El Chacal y el Memelas volvieron a sus tareas de amarrar bien las embarcaciones que les fueron encomendadas en esa etapa de veda. A lo lejos se escuchó el soplido vigoroso de algún buque-tanque a punto de amarrarse a la boya que le surtiría sus depósitos con el líquido espeso que, ya en pocos años, iba a dar por concluidos los tiempos del mosquito en Territorio Chacal.