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lunes, enero 20, 2025

Migrar es huir para alimentar a los hijos

Reportajes

Ante un campo que no rinde frutos suficientes ni para el autoconsumo, familias indígenas de Oaxaca se ven obligadas a dejar atrás su lugar de origen para poder garantizar el sustento. Pocas son las que vuelven a su terruño

Miguel Ángel Maya Alonso

San Miguel Chicahua, Tierra Colorada. — Las manos del hombre, quemadas por el sol, sujetan el timón de la yunta. Al frente, dos formidables bueyes, unidos por el yugo, adornan las praderas de Tierra Colorada.

Máximo es joven y fuerte. Pasa las horas en los fríos campos de Tierra Colorada y son sus dos bueyes los que arrastran el arado.

Pero pese a tanto trabajo, la tierra no es tan benévola. A unos cientos de metros, Margarita, la esposa de Máximo, padece hambre, pero eso no es lo que le preocupa, sino la que sufren sus tres pequeños que no comen desde la mañana. Sobre todo porque a esa hora de la tarde, el sol ya se oculta.

El hambre de los hijos de Máximo y Margarita tiene una explicación sencilla: la cosecha del año anterior no fue buena y el maíz se terminó hace mucho en la casa de la familia Hernández López. Lo que queda es esperar a la cosecha de este año, pero para eso falta mucho. La situación es grave porque también desde hace ya varios meses se acabó el dinero que el hombre ganó en su viaje a la Ciudad de México.

Los bueyes hacen el trabajo, y el campo queda listo. Ahora sólo resta esperar. Pero la espera es prolongada, son meses en los que Máximo no sabe cómo alimentará a su familia.

Han pasado más de 25 años desde entonces. Máximo ahora es un hombre mayor, quien camina entre las milpas de Tierra Colorada, junto a Margarita, su esposa. Los dos tuvieron que migrar para sobrevivir.

“Gracias a Dios aquí tuve una ayuda de animales, los vendí para irnos. Me dieron 11 mil baros, era dinero en el año 98”, recuerda Máximo sobre ese par de bueyes que ahora sólo son un lejano pensamiento.

Las nubes bajan del cielo

En la comunidad de Tierra Colorada las nubes bajan del cielo. El arrebolado de la tierra contrasta con el verde de los árboles y el blanco de las rocas. Se ubica en un pequeño valle casi completamente rodeado de montañas, en donde las casas están alejadas entre sí por kilómetros de distancia.

La Corregidora Tierra Colorada, el nombre competo de la comunidad de Máximo,  pertenece al municipio de San Miguel Chicahua, en el distrito de Nochixtlán, en la Mixteca oaxaqueña. Se trata de una comunidad indígena  Ñu’u Savi ubicada a más de 111 kilómetros de la capital del estado.  Aquí, como en la mayoría de los pueblos con habitantes migrantes, el estilo arquitectónico moderno contrasta con las construcciones tradicionales.

Por ejemplo, todavía existen pequeñas casas de madera llamadas Behiyutnu, que son chozas achaparradas en forma piramidal con techos de lámina, aunque originalmente su techo era elaborado con maguey.

Ubicada a más de 2 mil 400 metros sobre el nivel del mar, en Tierra Colorada hace frío. Los pobladores acostumbran usar dos pantalones, suéter y chamarra en los días críticos. Las lloviznas matinales hacen que las nubes desciendan a ras de piso.

Esta comunidad, en pocas palabras, podría pensarse como un edén; sin embargo, se trata de uno deshabitado, pues la mayoría de los pobladores se van. Lo hacen porque en este paraíso no se puede vivir sino con hambre. Es por esa razón que aquí los habitantes abandonan todo para irse. Huyen del paraíso, uno que según el Consejo Nacional de Población (Conapo), está catalogado  con un grado medio de marginación.

El llanto

Es julio y el frío en la agencia municipal de Tierra Colorada es intenso. Las milpas crecen y ya tienen un tamaño considerable, aunque les falta para dar frutos. Se sacuden levemente con el viento.

Los profundos ojos de Máximo se esconden bajo una gorra con historia propia y que tiene estampada la leyenda “Ciudad Juárez”. El abundante cabello de Margarita tiene un avanzado proceso de blanqueamiento, pronto las canas serán dominantes.

“Cuando me fui tenía cinco hijos, dos varones y tres muchachas. El más pequeño tenía un año y medio. Ahora tres están en Juárez, dos en Nochixtlán y dos en Estados Unidos”, relata Margarita sobre el destino de sus siete hijos, pues tras abandonar el hambre, el matrimonio tuvo dos retoños más.

Margarita y Máximo son originarios de Tierra Colorada, y de aquí se fueron en 1998 por que no podían siquiera alimentar a sus hijos. El destino elegido fue Ciudad Juárez, Chihuahua, ubicada a 2 mil 370 kilómetros de distancia.

“No sabíamos a dónde irnos, porque no teníamos qué comer con nuestros hijos. Para mí era muy difícil y muy triste en ese tiempo, porque no tenía yo ni para un jabón ni para maíz. No tenía zapatos para mis hijos”, narra la mujer.

El llanto es inevitable. Los ojos de Margarita se vuelven líquidos y sus palabras se quiebran. Máximo agacha la cabeza y la gorra con la estampa de Ciudad Juárez, oculta sus lágrimas.

Éxodo

Y ahí estaba, una pareja de jóvenes en la puerta a otro mundo. Padres de cinco hijos que prefirieron migrar a morir de hambre. Dos campesinos que sólo sabían sembrar la tierra. Dos indígenas que nunca olvidaron sus raíces ni su lengua: tu’un savi.

Aunque esta pequeña comunidad de 147 habitantes, según el último Censo de Población y Vivienda del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) cuenta con representantes en todas partes de México, en Estados Unidos y hasta en Canadá, sus pobladores coinciden que Ciudad Juárez es el destino predilecto para migrar. “Hay más personas de Tierra Colorada fuera de la comunidad”, afirman.

“No sabía ni irme de aquí al Fortín (comunidad a escasos cuatro kilómetros de distancia) o a Nochixtlán”. Mi esposo fue a México (Ciudad de México), pero yo no sabía nada, por eso batallé con mis hijos”, dice Margarita, quien apenas puede leer y escribir.

De Tierra Colorada a Nochixtlán y de ahí a la Ciudad de México, un hombre y una mujer que luchaban contra un mundo desconocido. Otros tantos días tardaron en llegar a Ciudad Juárez.

“Me fue muy difícil porque mis hijos estaban chiquitos, no sabía ni lo que era la taza del baño”, explica Margarita, “llegamos a casa de mi hermana, tenía dos cuartitos y uno nos dio”, cuenta la mujer sobre cómo se asentaron en la colonia Papalote, de Ciudad Juárez.

Televisiones Made in Mixteca

Las manos campesinas de Máximo, callosas y cuarteadas, se olvidaron de la tierra en Ciudad Juárez. Una fábrica lo esperaba para soldar transistores, todo el día de pie.

“El primer tiempo que yo llegué, estuve trabajando en Toshiba”, declara Máximo. Los televisores “Made in Mixteca”, conocieron el mundo.

Ahí el hombre trabajaba ocho horas. Salía a las cuatro de la tarde, pero su jornada no terminaba, ya que consiguió un segundo trabajo como albañil y era hasta las 10 de la noche que finalizaba sus actividades.

“Nos fuimos con el dinero de la yunta y a las dos semanas busqué un lugar y compramos un lote. Con los 11 mil que nos fuimos, dimos 5 mil pesos de enganche al terreno, y mensualmente pagábamos mil pesos. Tardamos un año en pagarlo”, recuerda Máximo.

Máximo regresó a Tierra Colorada años después, principalmente porque esta comunidad requiere de sus habitantes para que cumplan con cargos municipales. Nuevamente emigró en el 2014, pero esta vez fue diferente: en Ciudad Juárez estaba su casa, su familia.

Mientras, Margarita cuidaba a sus hijos y trataba con culturas que no había imaginado.“Nos fue bien, no digamos que mucho dinero, pero algunos de mis hijos tienen profesión y son buenos, amables. No los pude educar, pero se educaron ellos”, confiesa.

Margarita y Máximo no lo dicen, pero están convencidos que la educación que recibieron sus hijos de su parte sigue presente y les da identidad: “Todos mis hijos hablan mixteco, algunas veces dicen que se 000les olvida, pero yo me enojo, y les digo cómo es que se les va a olvidar”.

Retorno

Desde 2018, tanto Máximo como Margarita viven definitivamente en Tierra Colorada. Vendieron la casa que construyeron durante décadas en la frontera y volvieron a su tierra con la satisfacción de una misión cumplida.  “No podía quedarme en Ciudad Juárez, porque en el pueblo tenía todavía a mis papás”, dicen.

La pareja asegura que no regresaría más a Ciudad Juárez, ya que el objetivo primordial de su migración se logró: darle una mejor calidad de vida a sus hijos. Además de que ir y venir resulta muy caro; para hacerlo se dedicaba a juntar latas y botes en las calles, que posteriormente vendía.

“Gracias a Dios la gente que encontramos en Ciudad Juárez era muy buena, amable, sea hombre o mujer. Según había gente mala, me daba miedo, pero me daba valor para ir a dejar a mis hijos”, dice Margarita, mientras su mirada se entrelaza con la de Máximo para compartir una certeza: que Tierra Colorada es y siempre será su hogar.

Esta investigación fue realizada gracias al apoyo del Consorcio para Apoyar el Periodismo Regional en América Latina (CAPIR) liderado por el Institute for War and Peace Reporting (IWPR).

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El proyecto colaborativo completo encuentra en los siguientes enlaces:

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