El cierre definitivo del relleno sanitario ubicado en la Villa de Zaachila, Oaxaca, dejará sin empleo a más de 90 familias dedicadas a la recolección de materiales. Conocidos como pepenadores, su situación de indefensión y vulnerabilidad empeora, mientras que los gobiernos municipal y estatal los ignoran y excluyen, pese a su colaboración a la protección al medio ambiente. En este trabajo recogemos algunas de sus historias.
Texto y fotos: Juan Carlos Zavala
A mediados de marzo de 2022, habitantes de la agencia municipal Vicente Guerrero tomaron los accesos del relleno sanitario ubicado en la Villa de Zaachila en el que arrojan la basura la ciudad de Oaxaca y 23 municipios de la región Valles Centrales.
La protesta fue para exigir el cierre definitivo del basurero bajo los argumentos de que ya se agotó su capacidad para continuar recibiendo residuos sólidos, porque es un foco de infección de enfermedades y porque los municipios, salvo la capital del estado, dejaron de pagar el costo del permiso para arrojar la basura en este sitio de disposición final.
Tras reuniones con autoridades, aceptaron que únicamente la ciudad de Oaxaca, San Bartolo Coyotepec, Zaachila, San Agustín de las Juntas y San Martín Tilcajete, hicieran uso del relleno sanitario; pero establecieron como plazo el 8 de octubre de 2022 para su cierre definitivo. En ese lapso, las autoridades municipales debían buscar un nuevo sitio en el cual arrojar sus desechos; algo que sigue sin resolverse.
Este conflicto, el cual ha provocado una crisis ambiental, también ha revelado la vulnerabilidad en la que se encuentran los recolectores de materiales reciclables, como actividad económica que realizan desde hace 40 años y por los que han pasado hasta cuatro generaciones.
El cierre definitivo del relleno sanitario los deja en la incertidumbre sobre su futuro porque se quedarán sin empleo o sin su fuente de ingresos. Y a diferencia de los diferentes sectores, actores y grupos en torno al basurero ubicado en la Villa de Zaachila, ninguna autoridad los ha escuchado, ninguna ha atendido sus preocupaciones y sus demandas.
“Se siente uno mal que no lo atiendan, porque el gobernador Alejandro Murat vino acá a visitarnos, a pedir el voto cuando andaba en campaña, se tomó fotos e hizo promesas, lo que hace todo candidato en su tiempo y ver, que ahorita no nos deja sentarnos a platicar con él, a ver qué podemos hacer con los compañeros que se van a quedar sin trabajo.
«Es lo que uno siente, aparte de que el mexicano que es pobre, y más ser un pepenador que trabaja en la basura, que es sucio y lo tienen en mal aspecto, no le hagan caso”, manifiesta Patricia García, presidenta de la Unión de Pepenadores Guie Niza.
Los recolectores de materiales reciclables o pepenadores, en este conflicto de la basura, han sido invisibilizados, discriminados y excluidos. Ello, pese a su contribución al medio ambiente.
En el relleno sanitario, cada pepenador, en promedio, puede llenar una arpilla cada día con PET (plástico) y cada arpilla pesa 40 kilos o más. Generalmente son más de 70 recolectores de residuos sólidos que trabajan diariamente o alrededor de 340 días al año. Es decir, aproximadamente cada día los 70 pepenadores recolectan dos mil 800 kilos de PET y anualmente, 952 mil kilos.
Sin contar que también juntan cartón, papel, vidrio, lata, aluminio, plástico duro, comida (para animales), ropa usada. Las estimaciones indican que sacan más de 2 millones de kilos de materiales, cada año. Y si se toma en cuenta que el basurero tiene 40 años, han extraído al menos 100 mil toneladas de materiales del basurero.
El Fondo Nacional de Infraestructura (Fonadin) señala que en la región de Valles Centrales de Oaxaca se generan alrededor de mil 50 toneladas de residuos sólidos al día, aproximadamente el 33% del total del estado. En el relleno sanitario ubicado en la Villa de Zaachila, la ciudad de Oaxaca y 25 municipios arrojaban sus residuos sólidos. En conjunto generan más de 800 toneladas de basura al día.
La crisis por la demanda del cierre del relleno sanitario provocó que se redujera el material que ellos recolectan para vender. Mientras que anteriormente ganaban hasta 300 pesos al día, en algunos sus ingresos se redujeron a la mitad o menos de la mitad; a otros, apenas alcanzan a llenar una bolsa por la que ganan entre 40 y 50 pesos diarios.
Soledad Avendaño: “Nosotros le hemos dado vida a este basurero”
En algunas ocasiones Soledad Avendaño Hernández se sentaba en la parte trasera de su pequeña casa de lámina para llorar y para que sus hijos no la vieran llorar, “porque no había ni chepil para comer” (el chepil es una hierba que tradicionalmente se utiliza en la preparación de algunos alimentos en Oaxaca). Su vida es muy triste, dice, pero no deja de sonreír porque qué más le queda, confiesa: “Cómo he venido sufriendo, no, mi vida es un papelote”.
Tiene 81 años de edad y es una de las primeras mujeres de la primera generación de pepenadores del relleno sanitario ubicado en Zaachila, Oaxaca; cuando era un basurero a cielo abierto y la basura que llegaba se quemaba. Entonces, apenas la zona – ahora convertida en agencia municipal Vicente Guerrero – se empezaba a poblar. Sin empleo, la gente acudía a recolectar botes de aluminio, vidrio y fierro: todo lo que el fuego no destruía.
Soledad Avendaño nació en San Bartolo Coyotepec, de madre y padre campesinos dedicados a la siembra de maíz, frijol y garbanzo, tuvo nueve hermanos de los cuales únicamente aún viven tres. Fue a la escuela, pero no terminó el primer año de primaria por las condiciones económicas en las que se encontraba. No tenía, siquiera un lápiz y un cuaderno en dónde escribir: casi siempre, recuerda, debía borrar lo que había escrito en la clase anterior para reutilizar las hojas que llevaba; además, siempre llegaba con hambre y cansada porque iba a la escuela después de trabajar en el campo junto a su padre.
“Fui a la escuela. Decía mi madrecita, linda vete a la escuela, señor cómo voy a la escuela en ese tiempo todo era barato, pero yo no tenía un lápiz, no tenía un cuaderno, a dónde voy a escribir, con hambre, ahora sí como dice la canción, las letras no entran cuando uno tiene hambre.
“Mejor me dormía yo, porque yo llegaba del campo, me lavaba y vete a la escuela, y con qué escribo, tenía que borrar donde ya escribí, por eso medio año fui a la primaria, me pasaron a segundo, pero ya no fui, pero con qué voy, cómo le digo, con hambre las letras no entran, yo mejor me dormía, mejor me salí y empecé a trabajar con mi papá en el campo”.
Por eso, dice que sabe trabajar en el campo, levantar milpa, sembrar, usar la yunta. Todo eso lo sabe y por no le da miedo tener un trabajo en el campo; pero advierte que ya no puede con los años, que ya tiene que descansar. Sin embargo, aún continúa en la recolección de materiales reciclables porque le gusta comprarse un refresquito, una frutita y si se enferma, obtiene aunque sea algo de dinero; también, porque no quiere molestar a sus hijos.
“Ahorita estamos en una situación difícil, con lo que gano no saco. Y vengo porque no quiero molestar a mis hijos”.
A los 16 años de edad contrajo matrimonio. Nunca imaginó que se convertiría en un infierno que aguantó hasta los 23 años de edad. Después de casarse se muda a la Ciudad de México (antes Distrito Federal) con su esposo, tuvo 12 hijos, pero cuatro murieron al poco tiempo de haber nacido, tres de ellos por sarampión y uno a los seis meses de nacido.
En la capital del país se vio obligada a tener dos trabajos: lavaba ropa en una casa ajena y planchaba ropa en otra, no sólo para mantener a sus hijos sino también a su esposo, quien se la pasaba alcoholizado y se dedicaba a golpearla y a correr a ella y a sus hijos de la casa. Aún prevalecen las cicatrices. Su entonces esposo le arrancó un pedazo de su oreja derecha con un machete, queda registro de un plato que le rompió en su rodilla porque no le gustó la comida que le preparó, los recuerdos cuando los arrojaba a la calle en la madrugada.
“Me golpeaba mucho, tengo cicatrices por todos lados. Me quitó un pedazo de oreja con el machete y en mi rodilla tengo una cicatriz porque me botó un plato de comida, porque él quería comer bueno, pero yo tenía dos trabajos y no alcanzaba con tantos hijos… Él no trabajaba porque se iba a tomar”.
A los 23 años de edad decidió no seguir soportándolo. Tomó a sus ocho hijos y se regresó a Oaxaca, se instaló en lo que hoy se conoce como agencia Vicente Guerrero. Al mes su esposo fue a buscarla para que regresara con él, pero ya no lo aceptó: “le dije que no, ya jamás me junté con él, para repetir lo mismo. Aquí sola salí adelante”.
En ese entonces, era muy poca la gente que vivía alrededor de la zona del basurero. Sus hijos fueron los primeros en ir a la pepena para obtener recursos económicos para subsistir, poco después, ella se les sumó.
“Cuando nos venimos a trabajar en el 82, llegamos y mi casa tirada, porque la tempestad se llevó mi casa, el techo. Nos dormimos sobre una lámina, mis hijos lloraban, nos abrazábamos. Ya no le sigo, porque son recuerdos tristes”.
Soledad Avendaño logró enviar a sus hijos a la escuela, unos terminaron el bachillerato y otros la secundaria. Dos de sus hijas se fueron a vivir a la Ciudad de México, la mayoría de sus hijos hombres se enlistaron en el Ejército y una de sus hijas vive cerca de ella, en la Vicente Guerrero, en un terreno que le compró. Hace cuatro años uno de sus hijos, Mario, se suicidó, y hace un año, otro de sus hijos, Mauricio, murió de Covid-19. “Ya me quedé con dos hijos hombres y tres mujeres”.
Soledad Avendaño tiene 40 años trabajando en el basurero como pepenadora. Dice que le “llama la atención” ir a trabajar al relleno sanitario porque saca unos centavitos. Antes lograba llenar una arpilla por la que ganaba 300 o 350 pesos diarios, ahora apenas logra llenar una bolsa con materiales reciclables con los que gana de 40 a 50 pesos diarios.
“Con el cierre del basurero me siento triste, porque ahora de dónde, estamos acostumbrados a trabajar acá”.
Emanuel López Méndez: “Trabajar cuesta más y ni modo”
Emanuel López Méndez alternaba la escuela con su trabajo en el relleno sanitario a los 17 años de edad. Al principio solamente iba los sábados y los domingos. Tanto su mamá y su papá trabajan en el basurero en la recolección de basura, pero este último lo dejó para dedicarse principalmente a la albañilería.
Un día le confesó a su madre que no le gustaba la escuela, que ya no quería estudiar. La respuesta fue que entonces tenía que trabajar porque la comida no es gratis: “lo entendí y decidí a venirme a trabajar acá y ya ves que la realidad es diferente. Trabajar cuesta más y ni modo, eso es lo que uno quiere”.
“Una tía me ayudó a entrar a trabajar aquí, porque en ese tiempo no era tan fácil, no era como decir yo quiero trabajar aquí, peor tenía una tía trabajando aquí y mi mamá le dijo si podía meterme a trabajar, y hubo una junta así como ahorita y pedimos chance y, como hay varias personas que nos conocen porque también viven en la (colonia) Zapoteca, apoyaron a que sí entráramos y por eso tenemos este trabajo. Mi papá también trabajaba aquí, pero por este suceso de que ya llega poco material, ya mejor se regresó a su otro trabajo”.
Emanuel López tiene 29 años de edad y dos hijas. Su esposa también se dedica a la recolección de materiales reciclables en el relleno sanitario.
Con el cierre del basurero, dice, se les va a poner más difícil el trabajo porque de él sustentan todos sus gastos.
“No es nuestra culpa que el material esté un poco elevado, siempre hemos trabajado aquí, entre el agua, entre el sol, entre el viento. Con el cierre nos va a afectar, pero pues ni modo. Muchos dicen que tenía que llegar, muchos dicen que ya llegó a su fin y tenemos que aceptar lo que venga”.
Sus ingresos se han reducido drásticamente desde el cierre parcial del basurero y la prohibición del ingreso de camiones de otros municipios y vehículos particulares que no sean del ayuntamiento de Juárez. Aun así, menciona, logra llenar una arpilla con materiales siempre y cuando trabaje sin parar, sin descanso. Incluso, puede llenar hasta dos costales.
Ezequiel Aguilar García: “Mi infancia, más que infancia, fue trabajo”
Su historia en el relleno sanitario se remonta hasta su nacimiento. Sus padres, quienes también se dedicaban a la pepena, lo llevaban al basurero porque no tenían con quien dejarlo y al menos ahí podían estar pendientes de él.
A los ocho años de edad, Ezequiel Aguilar García empezó a trabajar en la recolección de los residuos que llegaban al basurero, para ayudar a sus padres quienes también son de la primera generación. Por la mañana iba a la escuela y al terminar iba al tiradero a trabajar.
“Mi infancia más que infancia fue trabajo, porque yo le ayudaba a mis padres con los gastos de la casa. Desde lo ochos años empecé a trabajar, aquí, pepenándole todo lo que se pudiera. En ese tiempo no había PET, ni el material que hay ahorita, sino lo que juntábamos era vidrio, fierro. Todo lo que traían a tirar de la ciudad de Oaxaca, se quemaba, no había tanto basura como esto, sino pura ceniza y juntábamos todo aquello que no se quemaba, que no destruye la lumbre”.
Ahora tiene 42 años de edad y con su pareja, quien también se dedica la pepena desde muy pequeña, tiene una hija de 16 años y una de tres años.
A él, dice, no le costó tanto trabajo realizar esta actividad económica en el relleno sanitario. Al trabajar desde niño se adaptó y aprendió a trabajar: “A mí no se me dificulta, porque sé trabajar y me gusta trabajar”, sentencia.
En alguna ocasión, confiesa, intentó emigrar para buscar un mejor trabajo fuera del estado; pero al ver las condiciones que había en otros lugares, decidió quedarse. No se gana mucho, dice, pero está con su familia y sólo hay que echarle ganas.
“A veces la vida se encuentra con momentos difíciles porque se enferma uno y no hay para el doctor, para las medicinas, pero de una u otra forma Dios no nos deja, Dios siempre nos ayuda y hemos salido adelante, gracias a Dios”.
Con el cierre del basurero, expresa, está preocupado porque al no tener estudios y por su edad, será difícil encontrar un trabajo. “A mí no se me dificulta trabajar, pero en otras empresas sí piden muchos requisitos, estudios y desgraciadamente no contamos con eso”.
Patricia García, presidenta de la Unión de Pepenadores: “La preocupación es que nos vamos a quedar sin empleo”
Patricia García es de la tercera generación en su familia de recolectores de materiales en el relleno sanitario de Zaachila. Su mamá llegó joven de una comunidad del distrito de Miahuatlán de Porfirio Díaz a vivir en la Vicente Guerrero y empezó a trabajar ahí desde los 40 años de edad.
Su madre la llevaba al basurero desde que tenía cuatro años de edad porque no podía dejarla y a sus hermanos, solos en la casa. Cuando tuvo edad para la escuela, por la mañana iba y en las tardes regresaba con ella al relleno sanitario.
“Y nos venimos acá, en los tiempos de clases nos va a dejar a la escuela y en la tarde, nos iba a traer, pero para tener seguros a sus hijos, nos tienen acá cerca, porque a veces tenemos la posibilidad de que un familiar, la abuela, los pueda cuidar y se pueden quedar”.
A los 12 años empezó a trabajar en el basurero, cuando salía de la escuela y también los sábados y domingos.
“No me costó trabajo venir aquí a trabajar, porque es un poco cómodo a nuestra persona, porque digamos, uno como mujer, como madre de familia, nos damos el tiempo de llevar a nuestros hijos a la escuela, venir a trabajar un rato, traerlos después de clases y tal vez cuando hay alguna festividad, aunque faltes aquí, no te dicen nada”.
Patricia García no continúo en la escuela por la situación económica de su familia: “por las posibilidades económicas de la familia, no se puede”, señala y menciona que antes, aunque era más barato ir a la escuela, no habían apoyos a los estudiantes como la entrega de útiles escolares o uniformes.
Ahora, sin embargo, ella quiere romper ese ciclo y se esfuerza porque su hijos concluyan sus estudios. Tengo dos niños, uno terminó la secundaria y otro está en segundo de secundaria. Ahora está muy cara la escuela porque los niños quieren actualizarse, como todos, quieren llevar una libreta, una mochila, lapicera. Tiempo atrás no era así, y como ya sufrí eso, no quiero que mis hijos sufran”.
Tiene 32 años y es Presidenta de la Unión de Pepenadores Guie Niza. Con el cierre del basurero, asegura, la preocupación es que se van a quedar sin empleo y en la indefensión más de 90 familias que subsisten de esta actividad económica. Además de la depresión que provocará, principalmente en las personas mayores de edad, que han trabajado gran parte de su vida en el relleno sanitario.
“Ellos comentan que al acabarse el trabajo qué van a hacer, van a estar en su casa nada más, ya no voy a ver a mis compañeros. Porque aquí, sea como sea, estamos unidos. Somos una familia grande, pero todos estamos presentes y unidos”.
Desde que se desató el conflicto por la demanda del cierre del relleno sanitario, han buscado en diversas ocasiones a las autoridades estatales y municipales, al gobernador Alejandro Murat Hinojosa y al presidente municipal Francisco Martínez Neri. Ninguno de los dos los ha atendido, ni tampoco otros representantes o funcionarios de ambos gobiernos.
“Se siente uno mal que no lo atiendan, porque el gobernador Alejandro Murat vino acá a visitarnos, a pedir el voto cuando andaba en campaña, se tomó fotos e hizo promesas, lo que hace todo candidato en su tiempo y ver que ahorita no nos deja sentarnos a platicar con él, a ver qué podemos hacer con los compañeros que se van a quedar sin trabajo”.
Rafael Vásquez: “La necesidad es la que nos hace andar, por eso llegué acá”
Rafael Vásquez tiene 63 años de edad y trabaja en el basurero de Zaachila desde el año 1982, cuando tenía 23 años edad. Nació en el Hospital Civil “Dr. Aurelio Valdivieso” en la ciudad de Oaxaca, relata, pero toda su familia es de San Jacinto Ocotlán.
Cuando tenía seis años de edad, su familia se mudó a la capital del estado y rentaron, para vivir, cuartos en la agencia municipal de San Martín Mexicapam y San Juan Chapultepec. Desde niño, dice, se dedicó a “la andada”; es decir, a andar en la calle. Fue así como llegó al basurero que entonces estaba en la colonia Reforma en la ciudad de Oaxaca.
“Antes a esa colonia le decían la colonia de Los Perros. Ahí enfrente de la rosticería, estaba este tiradero, pero luego se lo trajeron en las colindancias de San Bartolo, eso fue en 1980 y desde 1980 se lo trajeron para la colonia Renacimiento, que antes no era colonia, eran terrenos baldíos, todo de la comunidad para abajo, eran terrenos baldíos. Después empezaron a reubicar a los del Sindicato 3 de Marzo para venir a tirar a este tiradero”, recuerda.
Y añade: “La necesidad es la que nos hace andar mucho, por eso llegué a trabajar acá, y pues ya venir a tirar, a recoger. Porque antes se quemaba la basura en este tiradero, ya de ahí vendíamos puras latitas, aluminio, de eso nos manteníamos”.
Rafael Vásquez estudió hasta el quinto año de primaria. Su esposa también se dedicó un tiempo a la recolección de materiales en el basurero, pero se empezó a enfermar por el humo que generaba la quema de la basura y tuvo una infección pulmonar. Desde entonces, únicamente se dedica a las labores del hogar.
“Lo más difícil de la chamba esta es porque se quemaba la basura, cuando llueve, hay un atascamiento de lodo. Pero enfermarse, tampoco, ya tenemos 40 años trabajando y no se han visto enfermedades, la gente se queja que es un volcán de infección, para ellos, pero no les pasa nada. Yo no me he enfermado por el basurero”, dice.
Al contrario, apunta, ahora sufre de diabetes e hipertensión. Enfermedades por las cuales Rafael Vásquez gasta de mil 500 a dos mil pesos mensuales en la consulta médica y en la compra de medicamentos, medicinas para controlar la glucosa y la presión alta.
“Todo nos está dando la torre. Ahora que nos quiten la chamba cómo le vamos a hacer para las medicinas. El cierre del basurero para nosotros se está viendo difícil, si se cumple lo que están diciendo, adónde nos van a mandar ahora, eso es lo que no ven ellos, adónde nos van a mandar a trabajar”.
Rafael Vásquez tiene cuatro hijos y una hija. Con su esposa y sus suegros, son ocho en su familia que dependen de sus ingresos en la recolección de materiales en el relleno sanitario de la Villa de Zaachila.