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jueves, noviembre 21, 2024

La bolsa con los dos millones de pesos; asalto a un cuentahabiente en la ciudad de Oaxaca

Reportajes

César Rito Salinas

El informe de la policía dijo: más de dos millones de pesos. A la manera de Ricardo Piglia con su novela Plata quemada, la mañana del domingo pienso en la bolsa del dinero, en la huida de los dos asaltantes, el momento de la velocidad -el aire caliente que se cuela por los repartirse el dinero.

Este domingo amanecí pensando en la bolsa del dinero; traté de recordar las veces en que he visto a dos individuos montados en una moto por las calles de la apacible ciudad de Oaxaca, uno de ellos con la bolsa negra colgada al hombro.

Imagino que la bolsa es como las que se usan para practicar deportes, oblonga como un ataud.

 Pude ver esta escena: los amigos que una tarde cualquiera juntos van al Gym, en motocicleta.

La misma bolsa negra que se utiliza para llevar la ropa sucia a la lavandería, la talega de lona que se cuelga al hombro mientras el amigo llega a la puerta de casa, para darte un raite y a la lavandería de tu confianza donde entregas pantalones y camisetas, camisas y ropa de deporte para que pases por ella la tarde del sábado.

Esa bolsa negra, percudida, cuando vas al campito de futbol de Cinco Changos a tirar polilla con los amigos, en la reta de futbol de salón con los del trabajo, Administración vs mantenimiento.

De la moto utilizada en el asalto al banco no hablo, quizá era roja o azul marino; las motos en la ciudad se lucen como parte del milagro que realizan de forma cotidiana los bloqueos de protesta contra el gobierno a la altura del Parque del Amor y del DIF, la inocente y necesaria máquina que te regaló tu mamá como remedio para llegar temprano a las clases de la Uni, que te llevará por el Peri hasta tu asiento junto a la ventana, en el salón.

Imagino a los compas vestidos de negro, los cascos uno rojo y otro blanco con flamas que arden igual que las lenguas que gritan al ladrón al ladrón, pero que no queman porque el ladrón ya va montado en su moto por las apacibles calles de la ciudad que ese viertes 14 se prepara para recibir a las fiestas de Guelaguetza.

El mismo par de cabrones que te alcanzan en el semáforo y te tiran una mirada amenazante mientras el sol del mediodía cae lento, a plomo, porque a alguien se le ocurrió bloquear la gasolinera de Fonapas o el Eduardo Vasconcelos; dos morros que quizá los viste en el beis echando chela, mientras le mentabas la madre al umpire y ellos le tiraban el peroa dos porristas de cabello rubio artificial.

Así la mañana del domingo, con el recuerdo de lecturas pasadas, imaginando cosas de la Oaxaca nuestra tan necesitada de historias, hasta llegar con la imaginación al campo de fútbol allá por la Volcanes y ver a dos jóvenes que se bajan de la moto, sudorosos, y se quitan la ropa y quedan en pantalones cortos como dos jóvenes que cuidan mente y cuerpo con el deporte mientras se pierden en el grupo de amigos que acudieron el viernes a jugar un partido de futbol, en la liga municipal.   

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