César Rito Salinas
Sobre la diminuta cubierta del barco navegan seis hombres que laboran sin dormir. Los acompaña el pavo, el aprendiz de marinero, el grumete que sirve a todos los oficiales de abordo.
El patrón de la nave ordena bajar los tangones y la tripulación obedece.
El barco camaronero -un Estado que se rige bajo sus propias leyes en altamar-, la nación diminuta con su gobierno, cáscara de nuez en el océano, pero Estado al fin.
El estrato social en cubierta, las obligaciones, las otorga el patrón. Él es el hombre que lleva los destinos de su gente y la captura, el producto del trabajo, otorga con sus decisiones riqueza o pobreza a su gente, la vida.
La tripulación obedece sin chistar. En el fondo de la escala de mar está el pavo, el grumete. Este hombre de escasos años sirve a todos: al patrón y al cocinero, al
motorista y al güinchero.
Sabe remendar redes, amarrar las cadenas y, por sus escasos años, trepar al mástil.
Cada cuatro horas levantan el chango, muestra, alícuota que anticipa el volumen de la captura.
Cuando vuelquen las redes sobre cubierta, cada hombre quedará atrapado en la noche de la frasqueta y el chilillo. Faltará tiempo para descabezar y refrigerar el producto. Cuatro horas son un suspiro.
La salmuera arde en los depósitos. el aire oxida, riguroso, cada segmento del crustáceo; oxida la captura: lo que costó tanto esfuerzo obtener lo convierte en producto de segunda, baja el precio de su venta.
Por eso los hombres se tienen que atarear sobre la cubierta, descabezar el camarón para que la zona de vísceras no contamine la carne.
La fauna de acompañamiento, botetes y tortugas, escamas, salta bajo la sombra del pequeño toldo que protege a hombres, máquinas y peces de los rayos de un sol de mar que calcina lo que toca.
Cada cuatro horas levantan las redes del rocoso fondo del mar. Las cuatro horas de limpia no son suficientes para volver a volcar las redes sobre cubierta.
Así habitan el mar estos viejos pescadores de camarón.
Como si fueran dioses disminuidos que luchan sin descanso contra el sol, el mar y el aire. Los elementos.
Cada cuatro horas una nueva entrega de labores, así el día sin llegar a saber dónde inician o terminan las veinticuatro horas de navegación continua; dónde nace y dónde se pone el sol; cuándo se levanta la noche que enciende los reflectores sobre cubierta.
Descabezan camarón hasta que el dedo pulgar se queda en carne viva que cuesta alaridos agarrar las tortillas calientes en la comida.
Solo acompañan a estos pescadores un poste de marihuana. Tosen y laboran, maldicen su suerte y escupen mientras combaten contra el aire que inunda esa gran montaña de mariscos arrebatada de un fondo marino distante de ellos, como la tierra de la luna a tan sólo once brazas de profundidad.
El patrón ordena donde arrojar el equipo al sitio donde hacer trolear las redes.
El mar es inmenso y el hombre se puede guiar en esas profundidades con lo que tiene, su cuerpo. Ni estrellas ni sextantes ni vatímetros lo guían en esta pesca.
El patrón rige su criterio, las órdenes, por la hinchazón de su dedo gordo del pie derecho. Por el aire que golpea la nave. Por el número de aves que revuelan sobre sus cabezas. No requiere de más elementos para saber dónde está la captura.
Sólo necesita su cuerpo para estar enterado del sitio en alta mar donde sus bolsillos se hincharán de dinero que dejará en los burdeles, con las putas, en las cantinas con las queridas y los amigos; en su casa, con sus hijos que lo esperan hambrientos y con la cuenta gorda de la deuda en la tienda de la esquina.
Cuando atraque en tierra su corazón morirá durante el tiempo de veda que impone el gobierno.
Será sombra de cantina, aire del arroyo.
Su alma sabrá aguantar el tiempo en tierra, junto a la mujer y sus hijos, los policías y
el gobierno, hasta la nueva temporada de captura.
En tanto, a sufrir con la mujer encerrado entre cuatro paredes, en el barrio, mientras la embarcación cabecea sin ilusiones el sueño de la marejada en el muelle desierto en bajamar.
El corazón de este hombre gobierna el mar, los peces. Para este pescador de camarón los hombres del gobierno municipal y sus policías, la familia, no son más que males menores en esta gran temporada de pesca.
Valen más las putas y los burdeles, los amigos, que todo el gobierno y los hijos.
En tierra necesita de una calle, una casa, un taxi, un banco. En alta mar sólo es necesario su cuerpo y su barco, su tripulación y un mar sin destino.